No te enamoras de las mujeres fuertes, de las mujeres duras, esas que lloran poco a ojos de la gente, esas que ponen el coche a 180, las que no pagan multas y beben cerveza a morro. No te enamoras de las mujeres que saben dónde está el depósito del agua, viajan o van al cine solas, las que se enfrentan a sus jefes y las que te tumban a copas… no te enamoras de ellas… de las mujeres que se emborrachan.

Tampoco de las mujeres que abren los tarros de cristal sin tu ayuda, las que saben lo que es una broca y las que comparan el precio del gasoil.

 

No te enamoras de las mujeres con las que follas la primera noche.

Tampoco de las que te discuten un 4-4-2. Al final no, no te enamoras de ellas. Te las follas. Tal vez pierdas la cabeza unas semanas. Pero no te enamoras. No las eliges.

Ni hablar de las que juegan al póker. No te enamoras de las mujeres que no quieren tener hijos. Ni siquiera lo piensas. No te enamoras, no, de las mujeres que tumban la moto en una curva. Y mucho menos de las mujeres que no necesitan tu ayuda para cambiar el contrato del agua o colgar lámparas.

No te enamoras de las mujeres que no te necesitan para hacer cosas que deberías hacer tú, y no ellas. Aunque en realidad no te des cuenta de que sí te necesitan… que te necesitan simplemente, para que las quieras.