Lo has visto en montones de películas. Chico conoce a chica. Se gustan. Se enamoran. Se besan. Acaban en la cama. Chico y chica se quitan la ropa en una coreografía perfecta y ensayada. Chico y chica tardan unos treinta segundos de pasar de estar completamente vestidos a la penetración.     Chico y chica se miran a los ojos. Ella está perfectamente peinada y no se la ha corrido ni un poquito el maquillaje. Chica pone cara de estar alcanzando las estrellas. Chico y chica se corren a la vez.

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Has conocido a un chico hace poco. Te gusta. Estás algo enamorada. Qué coño, estás muy enamorada. Te besa y tu notas mariposas hasta en los dedos de los pies. Y ahí estáis, en tu cama, a punto de quitaros la ropa. A punto de hacerlo. Por tu cabeza pasan mil preguntas: ¿Y si voy demasiado rápido?¿Y si voy demasiado lento y se aburre? ¿Y si me ve desnuda y sale corriendo? ¿Qué se supone que tengo que hacer con las manos?¿Y si me pongo a gritar y le parezco una escandalosa? ¿Y si no digo nada y quedo como una rancia? Todo, a la vez, en tu cabeza, mientras él juega con sus manos bajo tu camiseta y tú tratas de relajarte.

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Estás nerviosa en tus movimientos. Aún no sabes cuáles son los mecanismos que van a funcionar con él, y probablemente a él le pase algo parecido. Es normal: no habéis tenido tiempo de aprender cuáles son los botones mágicos en el cuerpo del otro. Simplemente os gustais, os gustáis mucho, y hoy, por primera vez, estáis jugando a descubrir vuestros cuerpos.  Vuestros gestos, que mezclan nervios con pasión están lejos de ser la coreografía perfecta de las películas. Tú has empezado a respirar entrecortadamente, la temperatura corporal ha subido, tu pelo empieza a pegarse a tu cabeza y tu cara deja ver todas y cada una de las sensaciones que suceden en tu cuerpo . Estás lejos de ser esa chica perfecta que se corre sin despeinarse en la pantalla, pero no pasa nada.

Te gusta lo que te hace. Le gusta lo que le haces. Jugáis a tocaros, a besaros, a lameros, a descubriros. Vuestros cuerpos son como una isla desconocida, un nuevo mundo por descubrir. Y os entretenéis en dibujar mapas en la piel del otro, en investigar ángulos y vértices, en conquistar rincones con vuestros dedos, con vuestra lengua. Igual no es el mejor polvo de tu vida, pero no lo cambiarías por una coreografía perfecta de película. Es bonito porque es especial, es especial porque aún estáis aprendiendo a conoceros, porque os queda mucho por investigar, porque es un camino que vais a hacer juntos y que os llevará, seguro, a muchas mañanas, tardes y noches de gemidos, jadeos y orgasmos. Puede que alguno que otro simultáneo. Seguro que más de uno.

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No acabáis a la vez. Claro que no acabáis a la vez. A ti te costaba encontrar la postura, deshacerte de los nervios, mantener la respiración constante. Él ha terminado por dejarse ir, pero ahí está, jugando con sus manos, con su boca, buscando el modo de complacerte aunque esté agotado. A ti te cuesta pero notas como llega, como se te acelera la respiración y acabas por dejarte ir tú también. Prueba superada.

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Seguramente, en los polvos que vengan ahora te resulte más sencillo dejarte llevar. Decirle lo que prefieres. Deshinibirte. Os iréis conociendo cada vez mejor, probando cosas, aprendiendo lo que os gusta. Abriendo la caja de los fuegos artificiales.

No quiero decir, con todo esto, que las primeras veces no puedan ser buena y debamos resignarnos. Ni mucho menos. Quiero decir más bien que elementos como la complicidad, la comunicación o la confianza tardan en desarrollarse, igual que el hecho de dar con la receta mágica que vuelve loca a tu pareja. Un primer contacto sexual no acompañado de tambores y cohetes no tiene por qué ser sinónimo de que el sexo vaya a ser malo para siempre. Los nervios, las emociones… pueden llevarnos a rendir por debajo de lo esperado, a no hacerlo tan bien como sabemos. Y pese a todo, las primeras veces pueden ser increíblemente especiales y bonitas sin ser una coreografía perfecta.