Me había planteado muchas veces qué pasaría si un día mi pareja de hace 8 años decidiera dejarme (o yo a él), y la verdad es que la realidad ha superado tristemente a la ficción. Hace unos meses el que había sido mi novio desde la universidad me dejó sin motivo aparente. Ni tan siquiera se dignó a mentirme y decirme algo tipo ‘se acabó el amor, no eres tú soy yo’. Sencillamente me espetó que ya no quería seguir con la relación, que prefería estar solo, y que las conversaciones para arreglarlo serían absurdas a partir de ese mismo momento. Adiós. Talogo. Bye, bye.

Mi vida se limitó a llorar por las esquinas una semana tras otra. En la oficina me escapaba al baño para poder llorar a gusto y al llegar a casa me metía bajo el edredón para no saber nada de nadie hasta el día siguiente. Por un momento llegué a pensar que me quedaría así para siempre, triste y solterona forever. Comparaba con mi ex a todo ser viviente, y me parecía imposible encontrar a alguien con quien tener la misma química, confianza y sexo. En mi cabeza él era el mejor en todo, nadie le llegaba ni a la suela del zapato.

Mis compañeros de curro me veían tan mal, que pasados ya tres meses de la ruptura, me arrastraron por los pelos hasta el bar de abajo y me metieron en vena varios chupitos de Jagger. Por un momento me olvidé de las lágrimas y me entregué al bailoteo en aquel antro, siempre testigo de nuestras locuras después de un mal día en la oficina. Por primera vez en mucho tiempo me apetecía sonreír, y cuando un moreno de 1,90 se acercó a perrear conmigo, no pude decirle que no. Una cosa llevó a la otra, y mi chichi, muerto desde el día en el que mi ex me mandó a pastar, revivió de la nada y disfrutó del mejor orgasmo en años y de un empotramiento digno del mismísimo Chris Pratt. Vaya tranca amigas, vaya manejo.

Yo, que había tenido a mi ex por un amante brillante y atento, tardé poco tiempo en caer de la parra y darme cuenta de que tenía nuestra relación (y los polvos que echábamos) idealizados, cuando lo mejor de la vida estaba ahí fuera esperándome. Que lo que había tenido hasta la fecha eran orgasmitos pero que a partir de ahora podría tener orgasmazos, y así con todas y cada una de las cosas que creía únicas y no lo eran tanto.

Después del moreno de 1,90 vino un rubio más bien bajito pero histéricamente gracioso. Luego un barbudo que le dio un nuevo significado a la palabra cunnilingus. Y cuando decidí cerrar el grifo de las lágrimas, empezó a entrar gente nueva y maravillosa en mi vida. Pequeñas casualidades y grandes experiencias que quizás en pareja nunca se habrían cruzado en mi camino. Hablo de colegas, de follamigos, de mis amigas nuevas de clase de cerámica y de mi profesor de autoescuela. Hablo de los nuevos retos que me he propuesto y de las vivencias que estoy disfrutando más que nunca.

Y a mi ex, GRACIAS. Gracias por haber tenido el coraje suficiente para dejarme y empezar una nueva vida. Lo que en su día me dolió tantísimo, hoy lo considero un acto de valentía que nos salvó a los dos y nos liberó de una rutina que yo (cobarde) consideraba suficiente pero no lo era. Gracias por haber visto lo que yo no quise ver y por darme alas para redescubrir la vida, el amor, y por supuesto, el sexo.

Dorita M.