Te digo adiós en la T4 de Barajas. Te tiro de la barba y te doy dos besos. Desapareces tras pasar Seguridad y camino distraída de vuelta al Metro, línea 8, qué pereza volver sin ti. No sé en qué momento empecé a quererte. Quizá fue en el momento en que descubrí que me sacabas de quicio más de lo normal: cuando tus bromas no sólo me arrancaban un “JAJAJAJAJAJA” sino un “JAJAJAJAJAJA CÁLLATE PUTO ANORMAL”. Sabes cuánto me gusta que me vacilen y tú me vacilas mejor que nadie. No sé cómo haces para que te quiera, si además de chuparme el alma me chupas a tope la batería del móvil.

Y eso que nunca fuimos nada. Fuimos colegas de cervezas afterwork y los mejores amiguetes para echarnos unas risas, para sentirnos acompañados. Pocas veces nos vimos un finde: “los findes son para los amigos de verdad”, te decía yo entre risas, tú respondías descojonado que nosotros no éramos amigos, que no me lo flipase. Que incluso podríamos ser menos que eso, pero que no teníamos tiempo. Porque te ibas. Porque te acabas de ir, cabrón.

Nunca fuimos nada, pero siempre hubo algo. Tú y yo sabemos que hubo algo, ¿verdad?

Siempre hubo algo porque fuimos química pura: lo nuestro estuvo lleno de aquellos micromomentos donde conectábamos de todas las maneras. A tu lado tú y yo éramos inmensos. Juntos fuimos tan fuertes y a la vez tan vulnerables, sin miedo alguno a que el otro saliese corriendo. Correr nunca hizo falta. Nos contábamos todo, sí, menos la gente a la que nos follábamos: nunca lo hicimos, y me revolvía un poco por dentro cuando, detrás de tus whatsapps sin contestar, intuía que había alguien más. Me hice el propósito de no pensar en ti de esa manera: para qué. Me acostumbré a sacarte a menudo de mi cabeza, pero había algo. Siempre hubo algo.

Siempre hubo algo, ¿no es así? Cuántas veces nos dimos la mano borrachos, felices. Cuántas veces me llamaste “amor” y cuántas veces contesté. Cuántas veces la distancia entre tú y yo se acortaba con cada cerveza que bebíamos pero nunca nos bebimos esa cerveza definitiva, joder: no la pedía yo, no la proponías tú. Cuántas veces nos consumimos en despedidas eternas porque no nos queríamos ir, pero nos íbamos, empeñados en que no hubiese nunca nada. Siempre me extrañaron mis reacciones a tu lado: nunca tengo problemas en lanzarme, pero contigo nunca pude. Nos mantuvimos a una distancia prudente, inmóviles, complicándonos cada día más porque cada vez había más que perder y no, yo no te podía perder. Menos aún por un polvo: polvos buenos sobran, tú, en cambio, eras único.

Metro línea 8, Nuevos Ministerios. La gente y sus maletas. Tú ya no estás. Ahora es tarde y quizá nunca sabremos si habrá algo. Porque lo nuestro (lo que pudimos haber sido, yendo despacio, sin prisa) ya fue. Ya fue, ¿no?

YouTube video