Vivir en sociedad tendrá muchas cosas maravillosas, como no sentirte sola o poder reírte con los amigos, pero, sin duda alguna, también tiene otras muchas que son una mierda. Una de las cosas que más me jode a mí es tener que dar explicaciones a la gente por hacer lo que me da la real gana. Y no es que «mi real gana» sea ponerme a tirar piedras a los patos, no. Es que «mi real gana» es tener el derecho a elegir lo que quiero para mí. Para mí, no para el mundo, para mí.

Os pongo un ejemplo para que me entendáis por dónde voy. Hace varios años empecé una dieta, LA PRIMERA DIETA DE MI VIDA. Era una dieta «fácil» y «progresiva» de ir eliminando algunos alimentos poco a poco e introduciendo a otros. Sin embargo, una de las restricciones que me impusieron desde la primera semana fue «adiós bebidas azucaradas, hola coca cola zero». (No voy a entrar ahora a hablar de la de mierda que lleva también la Coca cola zero, que cumple el dicho de que como no engorda, mata). Muy bien, pues a partir de ahora Coca cola zero todo el rato, ningún problema. Ningún problema hasta que, cuando salía de fiesta, tenía que pedir las copas, a voz en grito, porque ya sabéis cómo es pedir de beber en una discoteca, especificando lo más claramente posible que quería mi whisky con coca cola zero.

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Llamadme loca, pero si el cliente soy yo y te pido algo en particular, qué menos que dármelo, que para eso te lo voy a pagar. En cuanto empecé a pedir coca colas zeros por los bares de salir de fiesta me di cuenta de que la gente me engañaba. Primero, muchos camareros me ponían coca cola normal y tan pichis, y segundo, muchos otros me decían «es que no tenemos light ni zero». Al principio yo me quedaba con una cara de tonta que no sabía ni qué hacer. Alguna que otra copa me bebí con todo mi sentimiento de culpabilidad sabiendo que no debía beber coca cola normal, y alguna otra vez me quedé sin beber nada porque pasaba de saltarme la dieta. ¡Hasta que di con la solución!

Un día, un camarero me dijo «es que zero no tenemos» y a mí me salió contestarle: «pues entonces nada, porque soy diabética». Y el camarero se fue y volvió, MÁGICAMENTE, con una coca cola zero. No me lo podía creer. Me había tenido que inventar una enfermedad que no tenía solamente para que la otra persona no pensase «sí, claro, tú pídeme lo que quieras, que yo te voy a dar lo que me dé la gana» y me sirviera exactamente lo que yo le había pedido. Y lo peor de todo es que lo probé en otros bares y en todos funcionaba. Cuando les decía que era diabética me explicaban que realmente no tenían coca cola zero pero me podían ofrecer otras cosas o me ponían la copa tal y como yo la quería. Increíble.

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Este cuento tiene una moraleja de lo más jodida, que no deja de ser la falta de respeto entre las personas y el «creído derecho» de los demás a verte, emitir un juicio sobre ti y actuar según a ellos les parezca justo. Supongo que muchos camareros pensaron «sí, con lo gorda que estás, que más te dará zero que zera». Pues muy bien, cariños, allá vosotros. El cuento se complica cuando las personas que te faltan el respeto no teniendo en cuenta lo que tú quieres ponen en riesgo, verdaderamente, tu salud. Me estoy refiriendo a los ogros del «yo no me pongo condones que me molestan». 

Qué me decís de ese tío al que acabáis de conocer, lo habéis sacado del Tinder, o simplemente era un colega con el que has querido ir un poquito más allá, y cuando ya te has quitado las bragas te suelta «no, yo condón no me pongo». Pero vamos a ver, que vivimos en el siglo XXI. Que los dos sabemos perfectamente para qué sirven los preservativos. Que esto es algo que no te tenía que pedir yo, que tenía que salir de ti solito. Pero claro, como al señor le molesta un poquito, o piensa que no va a sentir mi chocho al cien por cien y para una vez que folla no quiere notar lo mismo que cuando se masturba doblando un cojín y metiéndola por el doblez, pues me tengo que fastidiar yo para que el señorito se quede a gusto.

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No sé si es que he tenido yo mala suerte a lo largo de mi vida y me han tocado a mí todos los ogros, pero vamos, me he encontrado yo con más de uno y más de dos y más de tres que ni por activa ni por pasiva. Él no follaba con condón. Y lo que peor me hace sentir es que una vez cedí. Como me gustaba el chico, me apetecía… me hice la tonta, y palante. Como una tonta, porque hacer eso es una tontería. Pero al resto los mandé a tomar por culo, porque si no los mando a tomar por el culo igual les tengo que soltar un «perdona, es que tengo sida», para que se den cuenta de para qué sirve realmente un preservativo y accedan a ponérselo.

¿Os imagináis no tener que recurrir a inventarse enfermedades para que la gente respete tus preferencias o simplemente actúe desde la razón? ¡Qué mundo más loco sería ese! Hasta entonces, no sintáis ningún miedo en exigir lo que vosotros queréis y, por supuesto, no os sintáis mal por decirle a alguien que no queréis lo que os ofrece.