Darle a probar a otra persona de su propia medicina, no es fácil.  Sí, a priori parece una frase hecha, ¿cuántas veces no habremos oído a lo largo de nuestra vida a alguien decírnosla?  Pero no es tan sencillo.

Partamos de un supuesto básico, de novela romántica o película de domingo. Chica conoce a chico. Chica es una persona de buenos sentimientos, amable, siempre dispuesta a ayudar. Chico es un ser hermético y que parece no sentir nada (quién sabe qué circunstancias le llevaron a ser así) que hace que chica se ilusione con la posibilidad de un “nosotros” que nunca llega.

Chica espera, y aguanta todas las putadas que chico hace mientras él solo se divierte. Ella empieza a estar muy harta de la situación, habla con sus amigas, y todas le aconsejan que se haga valer, que le dé a probar su propia medicina. Así que chica se disfraza de indiferencia y rebeldía y decide hacerlo. No contesta a sus mensajes, no le llama y nunca está disponible cuando él dice necesitarla. Actúa imitando a la perfección el rol que le ha visto tener durante mucho tiempo.

¿Cómo creen que termina la historia? ¿Chico aprende la lección al notar en sus propias carnes el frío acero de la indiferencia femenina? ¡Pues no!

Lo que sucede en realidad es que chica sufre. Muchísimo. Se queda hecha polvo cada vez que él viene en su busca y ella debe (porque ya se ha convertido en un deber moral) rechazarle, ser cruel, fría como si fuera Elsa la de Frozen cuando en realidad ella es más bien tierna y dulce como Cenicienta.

¿Y se soluciona algo? En realidad no, a parte de tener su corazón, el de ella,  hecho añicos, trozos minúsculos que siente como ella misma pisotea ante cada nuevo desplante que da,  no pasa nada más.

Él no cambia. Sigue siendo el mismo patán con tiempo para todo el mundo menos para ella. Sigue sin darse cuenta (o a lo mejor si lo hace) del dolor que desgarra el alma de esa a la que dice (pero jamás demuestra) querer. No vale, no sirve, dar a la otra persona de su propia medicina, no siempre funciona.

A veces intentamos ir de listos y nos acaba saliendo el tiro por la culata.

Zeneida Miranda