Bueno, antes supongo que tendré que decir por qué empecé a usarlo, ¿no?

El caso es que todo mi grupo de amigos de Madrid tenían Tinder, hablaban de Tinder, tenían citas Tinder, usaban el Tinder 24/7 y a todos les iba bien, no espectacular, pero vamos, tenían sus movidas, sus idas y venidas y yo qué sé chica, why not? Ni que tuviera yo que justificarme ante el tribunal de La Haya o algo.

Pues eso, que me descargué la App, sin ser yo carne de Tinder. Asumo que muchas diremos eso pero, ¿qué es carne de Tinder? Ninguna somos carne de nada, nos apetece hacer cosas, probar cosas y vivir cosas. Y punto, sin más. Yo veía a mis amigos conocer gente, tener experiencias y pasarlo más bien qué mal y me dije a mí misma: ‘¿por qué tú no?’ Y ale, yo sí. Tinder pa la saca.

El caso es que me sorprendí a mí misma diciendo que no a señores como si de un catálogo de ropa se tratase, en plan ‘este no, que su cara no me convence’, ‘uy, este ni de coña, que parece psicópata’, ‘madre mía, este está demasiado ciclado, qué pereza’, ‘ay mira, este tiene cara de buena persona’. ¿Perdón? ¿Qué cacarrutas era eso? Yo me sentía fatal, era como decir que no a comida que no había probado. Un delito.

El caso es que aún con mi agobio ante poder estar diciéndole que no al hombre de mi vida porque su foto número tres no me gustaba seguí usándolo. No buscaba nada en concreto; supongo que quería quedar con alguien interesante, tomarme una cerveza, pasear por Madrid y ver si la cosa evolucionaba. Vamos, lo que viene a ser una primera cita con alguien que te gusta.

Pues bien, en Tinder te encuentras de absolutamente todo. Desde señores que lo único que buscan es sexo y te lo dicen abiertamente hasta príncipes montados a caballo que te hablan de poesía y de Woody Allen a medianoche. Yo no encontré nada interesante, la verdad, al menos nada que me llamase la atención. Hablé con un par de chicos un poco, pero vamos, a pesar de subirme la moral con tanto match nada que mereciese realmente la pena.

Hasta que llegó uno, un bello doncello con cara de vasco que me abrió preguntándome que si íbamos a cazar pokémons juntos. Sí, quiero. No le pedí matrimonio en el momento porque una se hace de rogar cuando le da por ahí, pero el caso es que quedé con él. En una discoteca, noche de sábado, el con dos copas de más y yo con una de menos. Fue guay, la verdad. Nos presentamos a nuestros respectivos grupos, nos invitamos a bebidas, bailamos toda la noche y eso, todo en orden.

Y no, no pasó nada sexual, que nos conocemos chatungas y ya sé que estáis ansiosas ante posible folladrama.

Simplemente hablamos, reímos, bailamos y bebimos. Nos caímos bien, nos lo pasamos mejor y fue guay. El caso es que quedamos muchas veces más. Jamás pasó nada. A día de hoy se puede considerar que es mi conocido con el que de vez en cuando me tomó alguna que otra cerveza y nos llevamos la mar de bien.

Pero no, no encontré el amor en Tinder y me lo acabé desinstalando porque la idea de sentirme con el poder de rechazar a señores por las cuatro fotos que ponían podía conmigo. Sin embargo, todos mis amigos siguen con ello y le va más que genial.

Conclusión: que no tienes por qué usar Tinder si no quieres, que puedes usar Tinder si te da la gana, que no eres mejor ni peor por tener una aplicación en tu móvil para conocer gente, que de sitios como este pueden salir personas maravillosas y no parejilmente hablando, que no te justifiques a cada paso, que hagas lo que te salga y que lo hagas porque te sale. Y punto.