Ya sé que con el paso de los años dejamos de ver el amor como en esas películas Disney que nos ponía nuestra madre. Y sin embargo en la adolescencia aún esperábamos que al igual que en esas novelas de Antena3, se apareciera nuestro amante bandido, nos raptara y nos hiciera el love sex and magic amor a la luz de la luna en una playa a tomar por culo lejos de toda civilización.

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Nos corría lava por la piel cuando en el instituto nos miraba el chico que nos gustaba, ni mariposas ni hostia, eso era el equipo de atletismo completo haciendo piruetas en nuestro body. Es normal que tras diez años esa conexión se traduzca en unas cosquillas suculentas en la entrepierna, pero por dios que yo antes esperaba con ansia ese momento de la película en el que finalmente el chico besa a la chica, ahora cambio de canal, apago la tele, o la tiro directamente por el balcón si después no hay escena sexual.

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Que no pido a un Noa que me espere 7 años mientras construye la casa de mis sueños, o a un Leo que intente hacerme recordar cómo me enamoré de él (aunque esta maldita bonita película sé que esté basada en hechos reales), ni mucho menos un soldado de las Fuerzas Especiales que me escriba cartas de amor cada día. Pero es que nos ponen el listón muy alto. A mí con algún paseo por el parque, un poco de risas viendo una película y buen sexo sin que tras unos meses me venga con que se ha agobiado me basta.  Que joe, si Allie le hubiese dicho eso a Noa después de tres meses, qué cara se le hubiera quedado al rubito…

Nos hemos topado de frente con los veintitantos, esos malditos veintitantos que vuelven todo cuento fantástico en una mierda fantástica, que después de tantas desilusiones nos hemos quedado asqueadas del amor.  Seguimos recordando cómo debería de ser, pero no lo encontramos en ningún lado.

Y es que quién cree hoy en día en los amores románticos,  ya no están de moda las cartas de amor, ni mucho menos las serenatas dedicadas, ya las rosas se han vuelto cliché y los corazones solo nos gustan en iconos. Ya no se lleva eso de achucharse en el asiento de atrás del coche, poco dura hacer la cucharita después de correrse, ya hasta ha pasado de moda compartir el café de las ocho con bigote de nata incluido.

Se acabó eso de dormir pie con pie cuando no hay calcetines de por medio. Y lo de quedarse mirando juntos estrellas sólo se hace desde los picaderos o los balcones. Pocos piden deseos al ver una estrella fugaz, y casi ninguno aprovecha ya el hueso de la suerte del pollo. Nos hemos olvidado de la mala suerte de un gato negro, pero también de la buena de un beso bajo el muérdago. Ya no quedan manos que nos arropen cuando nos dormimos en el sofá porque somos tan previsibles y desconfiados que nos acomodamos con manta incluida, por si las moscas. Nos llamamos a nosotros mismos independientes, sin saber la carga que conlleva no dejar entrar nunca a nadie. Lejos quedan los mensajes ñoños de más de 2 líneas, una luna, tres cielos y dos promesas antes de dormir, contadas son las miradas sinceras de buenos días que consiguen abrir el corazón y dejar entrar a alguien más allá de la piel. Pocos son esos «alguien» que causan tanto sentimiento hoy en día y consiguen mantenerlo.

Estamos en el punto de no retorno, es aquí cuando se decide si nos volvemos unas locas del coño amargadas con todo lo que tenga que ver con el amor, o si decidimos dejar de mirar con cara de asco a esas parejas del metro, las del súper, la cafetería de la esquina y hasta los de tu edificio solo porque a nosotras nos jodieron bien jodidas.

El pasado solo es un cuento que nos contamos a nosotras mismas para que el futuro no nos haga daño, y quizás nos hemos equivocado, quizás no se trate de que el romanticismo haya muerto, quizás es que nosotros morimos cada día esperando encontrarlo en cualquier persona. Sin entender que para comprar un libro no solo basta con que nos guste la portada y los tres primeros capítulos, es necesario que nos envuelva todo del para no querer dejar de leerlo nunca. Para que cuando se acabe nos demos cuenta de lo vacío que nos hemos quedado, como esas series de hoy en día que crean vicio, adicción y mono. Pues igual, pero con lo besos.

Encontrar eso, en una persona, y luchar para mantenerlo sí que puede ser amor.