Vivimos para querer, para que nos quieran. Vivimos para disfrutar de las risas, del sexo. Para viajar, para crear, para bailar. Pero también estar vivos es llorar, es sentir miedo y vértigo. Equivocarte, sentir rabia, enfado. Y también es que te rompan el corazón. Quien no ha llorado por perder a quien pensaba que lo era todo, que era su compañero, con quien quería pasar cada día, a quien no ha llorado por desamor le falta por descubrir una parte de sí mismo. Conocerte tras la pérdida, recomponerte, descubrir ese quejido en el pecho que sólo quien lo ha pasado, lo conoce.

Los de corazón roto estamos hechos de fragmentos, de añicos. A veces, mal pegados; otras veces, repuestos. Yo por dentro me he roto entera pero me he vaciado de llantos y me he vuelto  a llenar y remendar. Me acolché el corazón, me limé la pena y mordisqueé los lamentos hasta hacerlos casi inexistentes. Traté de hacerme murallas y corazas pero, a veces, terminan siendo débiles y caen después de carantoñas inesperadas y palabras bonitas de madrugada.

Así que quise dejar de jugar. Quise anestesiar la parte que me pide querer, la parte que debe arriesgar, por miedo a que vuelva a doler. Una parte de mí quedó pausada. Estamos hechos para vivir y sentir pero quise amputarme esa parte para que el dolor, que a veces le acompaña, no me tocara.

500_dias_con_ella_05

Hay un lago en Kazajstán que se llama Kaindy. Ese lago tiene algo único en el mundo. Se trata de un bosque sumergido que está al revés. Sobre el agua pueden verse los enormes troncos y bajo la superficie están las ramas de los árboles. Pero hace tanto frío bajo el agua que se han congelado. Es decir, las ramas se mantienen hermosas, intactas y congeladas, preservándose para siempre pero viviendo ocultas en el frío. El origen de este bosque, de este trocito del mundo al revés, es un terrible terremoto en 1911.

A veces, creo que he sido y soy ese bosque. Congelada, intacta, pero viviendo algo para lo que no estoy hecha. Las ramas de ese bosque debían crecer, moverse por el viento, romperse. Pero ahora están eternas. Bellas pero inertes. Nuestros propios terremotos pueden venir por varias causas, por diversos motivos que cambiarán en cada etapa. Y el miedo nos paraliza, sujeta nuestras ramas para que no puedan agitarse. Sí, el desamor puede ser un terremoto que nos hunde bajo el lago pero podemos volver hacia arriba. Debemos atrevernos, apostar para que salga bien pero sin pararnos por el miedo a que pueda salir mal.

He decidido que quiero volver a ilusionarme. Puede que empiece a estar preparada para volver a equivocarme. Para  aburrirme tomando una copa o acabar riendo hasta la madrugada. Para que todo que de en una primera cita o para querer que un café no acabe nunca. Para que, de repente, me cojan la mano por la calle. Para ponerme roja. Para temblar de nervios. Para temblar de placer.

Estoy preparada para dejar el fondo del lago y salir. Para que el viento me lleve de un lado a otro. Para tropezar, para equivocarme. Para sentir que alguien consiga que me falte el aire al verle. Pero también, si llega, estoy preparada para que me rompan el corazón.

YouTube video

 

Fotografía destacada: Eternal Sunshine of the Spotless Mind (2004)

Fotografía: (500) Days of Summer (2009)