Estoy cansada de cuidarme.

De ponerme armadura sobre armadura para que nada duela, para que nadie entre. De tener el corazón enjaulado para que nadie lo toque. ¿Sabes lo que le pasa a los corazones enjaulados? Les pasa que se olvidan de cómo volar. Y estoy cansada de una vida sin momentos en el aire. Estoy cansada de pretender que soy esta versión de mí misma que ni siente ni padece. La verdad es que siento y padezco: a quién vamos a engañar.

Por eso, ahora que estás aquí, te propongo que firmemos un contrato. No importa si no lo hacemos sobre un papel con bolis: lo que importa es que no olvidemos los acuerdos y las cláusulas. Son fáciles. O no. Pero son las que son.

Prometámonos que nos vamos a cuidar. Que nos preocuparemos por nuestras cosas. Qué más da si un día me olvido de preguntarte qué tal el curro o tú te olvidas de preguntarme qué tal el médico: lo importante, de verdad, es que el que estemos bien (tú por tu lado, yo por el mío, y también juntos y revueltos) sea importante para nosotros. Te prometo que en casa siempre tendrás helado de menta y chocolate para tus días oscuros; prométeme que en la tuya siempre podré poner los pies sobre el sofá para los míos. Prometámonos darnos todo el valor del que somos merecedores y nunca, nunca, sernos indiferentes.

Prometámonos construir un espacio nuestro, y que además de cuidarnos mutuamente, cuidemos de ese espacio también. Un espacio íntimo sin distancias donde nos despojemos de las máscaras, sin defensas ni vergüenza. Un espacio nuestro al que sea seguro volver, donde discutamos sin rencores y donde nunca usemos nuestros defectos en nuestra contra ni seamos intransigentes con ellos. Más bien, un lugar donde los aceptemos como lo que son: nuestros hijos feos, pero nuestros hijos, al fin y al cabo. Prometámonos aprender a diferenciar el dolor del daño y prometámonos recordar siempre que el primero es inevitable, pero que el segundo no hay que causarlo.

No nos prometamos, sin embargo, que todo va a salir bien. Eso no lo sabemos. No sabemos si vamos a ser la última persona a la que queramos: no sabemos si de aquí a dos, tres, diez años nos seguiremos escogiendo cada mañana, yo a ti y tú a mí, para querernos y querernos bien. Por más que nos esforcemos, por más que intentemos hacerlo todo de puta madre, tanto tú como yo podemos meter la pata, meter las dos, meter las cuatro extremidades. Sé que te pone negro que te lo diga, pero es la verdad. Así que no nos prometamos lo que no puede prometerse: nada nos libra de que nuestra relación se desgaste, se desluzca, se llene de problemas.

Lo que sí podemos prometernos es que nos esforzaremos porque la nuestra sea la mejor relación desgastada, sin brillo y llena de problemas que nos podamos ofrecer. Prometámonos que haremos el esfuerzo cada mañana. El esfuerzo de escogernos y de decir: no sé qué pasará mañana pero hoy, hoy te prometo que nos vamos a cuidar.

 Y lo que tenga que ser, que sea. 

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