Una no se conoce del todo hasta que no se descarga Tinder y se pasa un tiempecito usándolo compulsivamente. Yo siempre había pensado sobre mí misma que era una mujer a la que le gustaban los tíos (lo que viene siendo una cis heterosexuala de toda la vida) pero que no tenía muy definido «su tipo». A mí me gustaban los hombres, unos sí, y unos no, otros mucho y otros poco, pero nunca había salido de mi boca algo así como: «me gustan los tíos altos, morenos y con barba» (por ejemplo). Yo me consideraba libre como el viento, sin prejuicios y sin estándares que reprimieran mis ganas de follarme al resto de la humanidad.

Pero Tinder vino al mundo a cambiar nuestras vidas para siempre y la mía la cambió, sí, pero no de la manera que yo esperaba. Yo esperaba encontrar a un tío genial con el que pasar el resto de mi existencia (al menos durante dos años o así, la media de mis noviazgos) y lo que me encontré fue con la verdadera «yo misma». Cada vez que daba un like o un nope, me reflejaba en esa pantalla y descubría algo nuevo sobre mí.

giphy (2)

Tinder me ha enseñado que no me gustan los viejales. Todavía recuerdo el shock de los primeros días, que no sabía que podías poner un filtro de edad para los perfiles que te salieran, y me asusté muchísimo porque solo me salían señores de cincuenta años.

Tinder me ha enseñado que no me gustan los yogurines. Igual que tuve que acotar el perfil de edad por arriba (37 años máximo, por favor), tuve que acotarlo por abajo, porque es que yo con uno de 20 paso.

Tinder me ha enseñado que soy ortografinazi. Bueno, eso más o menos ya me lo olía. Es que yo no puedo tener una conversación a gusto con alguien que me diga «ola k tal wapi».

Tinder me ha enseñado que me encanta un actor o un cineasta (pero luego la vida me enseñó que no, que no me encantan).

Tinder me ha enseñado que me gusta un hombre tatuado. Y yo realmente pensaba que no.

8049cef461763924e4422f0825d3fbc2

Tinder me ha enseñado que soy más superficial que la epidermis. Entramos por los ojos, cariño, y quien diga otra cosa, miente. Y cuando me ha salido un perfil de un tío que yo consideraba «feo» (porque el que para mí es feo para otra será guapo) le ha caído un nope como una casa.

Tinder me ha enseñado que no me molan los pijos mal. Los que tienen look de pequeño Nicolás.

Tinder me ha enseñado que sí me gustan los musculitos. No en plan ultraciclado, pero hija, que ahora resulta que me pone un brazo marcadito.

Tinder me ha enseñado que soy una clasista. Que si parecen «de pueblo» me sale el nope solo.

Tinder me ha enseñado que me creo que hay una relación entre subir fotos de buena calidad o bien hechas y ser una persona interesante. Y no tiene nada que ver, pero sí es verdad que una foto bien hecha llama más la atención que una selfie movida.

Tinder me ha enseñado que si un tío lleva gorra en todas sus fotos es que es calvo. (Bueno, mi amiga Bea me ayudó con esto) Y al parecer, tampoco me gustan los calvos.

Bueno, no todos los tíos que llevan gorra están calvos. Pero casi todos.
Bueno, no todos los tíos que llevan gorra están calvos. Pero casi todos.

Tinder me ha enseñado que no me gustan los chicos con gafas. Pues por lo que sea.

Tinder me ha enseñado que no le hago ascos a una barbita, pero no me gustan nada las barbazas.

Tinder me ha enseñado que no me gustan los tíos que parece que se quedaron estancados en 2007. Es que hay cada uno con cada gafa de sol…

Tinder me ha enseñado que no me gustan los tíos fanáticos del fútbol. Bastante razonable, puesto que tampoco me gusta el fútbol.

Tinder me ha enseñado que me gustan los hombres que se ríen con naturalidad. Siempre es más agradable una foto riendo que una foto morritos, ¿no?

boy-cute-daniel-radcliffe-harry-potter-hp-Favim.com-370881

Y… lo más importante de todo: Tinder me ha enseñado a no sentirme mal por rechazar a alguien. Mira cariño, si no te gusta, pues no te gusta. No te tiene que gustar todo el mundo. Y si no te interesa lo más mínimo, ¿para qué vas a seguir siendo condescendiente? ¡Hasta luego Maricarmen!

No, espera, esto es más importante: Tinder me ha enseñado que no se puede gustar a todo el mundo y que es normal que te rechacen. Nada de ellos se lo pierden, es que todos, aunque algunos (hola Perra de Satán) no quisiéramos reconocerlo, tenemos nuestro tipo y buscamos una cosa determinada, y que no le gustes a todo el mundo no quiere decir que no le vayas a gustar a alguien.