Dice Rubén Turienzo que quien no te hace reír, seguramente no te hará gemir, y lo cierto es que no puedo estar más de acuerdo.

Siempre he valorado unas buenas risas. Desde que era adolescente, mis mejores amigos han sido aquellos capaces de hacerme reír en el peor de los días. Aquellos con los que puedo tener una conversación de horas en la que realmente no dices nada pero te ríes de todo. Aquellos dispuestos a hacer burla de sus propios defectos y que convierten en divertida cualquier situación.

Así que a la hora de buscar pareja no iba a ser diferente, y me he decantado siempre por hombres risueños de esos que transforman en soleado el día más gris.

Porque reírse junto a otra persona puede llegar a ser más íntimo que desnudarse. Te muestras tal y como eres, das rienda suelta a lo que llevas dentro y te doblas hasta que te duele la barriga. Es una de las reacciones más honestas y sinceras que existen, y si se hace conjuntamente genera un vínculo invisible que os salvará una y otra vez de caer en zona gris.

La risa es el reflejo de un alma feliz y dicen que además un potente afrodisíaco. Y lo cierto es que yo me vuelvo a enamorar cada vez que veo a mi chico inmerso en un ataque de risa que yo misma he provocado. Cuando se tapa la boca intentando ocultar esos dientes que tan bien conozco, cuando se echa hacia atrás porque ya le duelen hasta los músculos y se quita las gafas para frotarse los ojos llenos de lágrimas. Sí, me parece entrañable, pero también terriblemente sexy.

Los polvos que surgen después de un ataque de risa son mis favoritos. El humor disipa prejuicios y complejos, desinhibe y aumenta la complicidad. Con esa fórmula uno solo puede esperar ver las estrellas y no suele fallar.

Así que ya sabes, quédate con quien te haga reír hasta que se te escape un poco el pis. Carcajadas aseguradas y en la cama un montón de guarradas <3

Fattie Bradshaw