La grúa se perdía en la distancia con mi viejo Pato enganchado en la parte trasera cuando me subí al coche que había mandado la compañía a por mí. Me senté primero detrás, en el lugar opuesto al que ocupa el conductor y desde allí podía observar su perfil.

Ya le había dado la dirección a la que tenía que llevarme y el silencio se impuso, así que me dediqué a observarle. Primero me fijé en un brazo musculado y moreno, acostumbrado al aire libre, y después en sus ojos, centrados en la carretera, que veía reflejados en el espejo.

En realidad, no tan centrados porque me di cuenta de que coincidían demasiado con los míos… Sonreí y el conductor me imitó. Yo aguanté la mirada y él la desviaba a intervalos para atender la conducción. Estuvimos así, jugando a las miraditas y sin decir nada, un buen rato hasta que pedí que parara para tomar algo.

De vuelta al coche pregunté si podía sentarme delante, a tu lado, y te pareció bien. Sentados uno junto al otro, te atreviste a indagar sobre qué me llevaba al pueblo, si era de allí, qué iba a hacer estos días… y tú me contaste que eras de la zona y hablaste un poco de tu familia. gifs-animados-the-last-song-25908

En un cambio de marcha, tu mano rozó una de mis rodillas brevemente sin que yo la apartara. Más tarde golpeé tu brazo como si de un latigazo se tratara en respuesta a una ofensa jocosa que ya no recuerdo.

Después de un par de horas de camino ya habíamos cogido confianza y cuando dije que era una pena no poder moverme por haberme quedado sin coche, te ofreciste a llevarme donde quisiera:

–Como pago solo pido una cena… ¿Aceptas?

Y no me pareció mal plan, así que sí acepté y bromeé con que te avisaría con un «Kit, te necesito».

Al llegar a la casa de mi familia me ayudaste a meter todas las bolsas que llevaba en el comedor y solo pude ofrecerte un vaso de agua a cambio, que era lo único que había fresco. Tú aún tenías unas horas de trabajo por delante y yo tenía mucho que preparar para habilitar la casa –dejando de lado que quería descansar del largo día–, así que quedamos en hablar unos días después.

Viniste a recogerme a la puerta de casa y yo ya tenía preparado todo lo necesario para pasar el día en la sierra, comer allí y sestear bajo los pinos. Fue todo como lo recordaba y, ya allí, tras un chiste bastante malo y unos vinos, nos dimos el primer beso que no tuvo nada de suave ni dulce.

Los dos sabíamos hacía rato que la atracción era mutua y posiblemente la naturaleza a nuestro alrededor nos avivó el instinto… Desde luego, de no haber estado rodeados de familias que disfrutaban del monte, no hubiéramos parado en el mal disimulado magreo. 

Rebajamos la intensidad y pasamos a contarnos lo que nos haríamos mutuamente de poder…

Cuando bajó el calor, recogimos y fuimos a comprar para la cena: queso, jamón, lomo, pan y más vino.

Todo rápido y frío por si la dejábamos a medias pero él quiso mantener el orden y disfrutó jugando a ponerme toda la cena. Que si un brindis, que si un beso, una mano que se dedica a acariciarme muslo arriba… y una charla entretenida sobre nuestras mejores y peores citas.

Después de recoger la mesa, llegamos al sofá donde un código universal lleva la conversación por debajo de la ropa, sin quitarla aún. Esos morreos adolescentes me encantan y suponen un punto extra para cualquier amante.

–Vamos arriba…

Enfilamos la escalera cogidos de la mano y tú me tocaste el culo bajo la falda del vestido. Me hiciste parar, me diste la vuelta y me sentaste en un escalón. Tú bajaste un par para quedar a mi altura y me abriste de piernas.

Apartaste la braga, aguantaste mis rodillas separadas con tus manos para que no las cerrara y repasaste mi sexo con la lengua. Luego metiste dos dedos en busca de la rugosidad de mis paredes sin dejar de lamerme el clítoris. Gemí para animarte y porque ibas muy bien.

Mientras, me abrí la parte superior del vestido para que tuvieras una vista mayor de mi anatomía y me acaricié una teta mirándote mientras me dabas placer. Así, en aquella escalera, me corrí una primera vez antes de llegar a la cama.

En una de las habitaciones con cama de matrimonio te desnudé de cintura para arriba y tú soltaste los tirantes del vestido para que cayera a los pies. Hubo más besos tórridos aún de pie, acompañados de manos que recorren la piel caliente. Te despasé el cinturón y bajé la cremallera de tus pantalones.

Me arrodillé sobre la alfombra y tiré de pantalones y calzoncillos hacia bajo. Tu polla bonita, de un tamaño medio y tirando a fina saltó como un resorte y después, entrando y saliendo de mi boca, creció notablemente en grosor.

Acariciaba tus muslos mientras te comía y pasando la mano por debajo de tus huevos busqué el perineo para estimularlo pero, antes de poder ir más allá me dijiste que parara. Obedecí respetuosa e hice que la mano retornara hasta los huevos y los masajeara. La lengua recorría la subida hasta la punta y alternaba lametones cortos con cierta succión. Un momento después:

–Cuidado. Estoy a punto de correrme…

Afirmé con la cabeza y no dejé lo que estaba haciendo hasta que el semen llegó y rebosó en mi boca. Sin habérmelo tragado todo, compartimos un beso morboso tirados sobre la cama.

Algunas horas más tarde, cuando la oscuridad aún reinaba fuera, noté cómo acariciabas mi espalda despacio, repasando de abajo arriba la espina dorsal. Un escalofrío me recorrió y detuviste el movimiento, esperaste un segundo y yo roté unos pocos grados para acercarme a ti.

Salpicaste con besos cortos mi hombro, la clavícula y el cuello, mientras tu mano atrapaba mi pecho. Te dejé hacer un poco más antes de girarme y buscarte la boca. Bajaste con besos suaves hasta el pezón derecho y lo succionaste, haciéndolo crecer. 

Yo solo alcanzaba a acariciarte el culo y lo agarré con fuerza. Se decidió entonces tu mano a explorar por debajo de mi cintura y ¡oh, sorpresa! estaba ya empapada y flexioné las rodillas para facilitarte la tarea.

Te moviste despacio repasando toda la superficie y los alrededores antes de atacar el botón del placer con presiones rápidas y cortas. Incluías pausas mínimas en el ritmo y se me escapó un gemido. Me miraste, me besaste y seguiste, ahora manteniendo el movimiento que me hizo vibrar hasta correrme.

Te incorporaste un poco y eso me dio acceso a tu sexo a medio despertar… Mientras me recuperaba usé la mano para animarte y los besos más húmedos que podías imaginar.

–Dame un condón.

Una vez enfundado, con alguna sacudida extra para recuperarte tras el parón, te pedí que entraras en mí y lo hiciste despacio, degustando ese momento en que la cabeza de tu polla superaba la frontera de mi vagina. Saliste y entraste varias veces, y luego te clavaste hasta el fondo a la vez que incrementabas la velocidad.

Mi mano repitió el movimiento rotatorio y mis músculos presionaron la carne que tenías dentro de mí. Unos minutos después te corriste y te dejaste caer sobre mí, sin salir aún, en reposo y conectados antes de que nos venciera de nuevo el sueño.

Autor: Amanda Lliteras.