Era más rubio de lo que solían gustarme pero su altura y algo en su gesto lo mostraban como un adulto hecho y derecho. La complicidad se forjó a base de bromas que uno lanzaba y que recogía el otro, lo que nos acercó de manera inmediata aunque una tensión evidente me hacía guardar una mínima separación.

Era un claro ejemplo de ni-sí-ni-no, un quiero-pero-no-me-atrevo que finalmente no quise perderme por nada del mundo. En menos de diez minutos ya nos besábamos apasionadamente en una esquina de la barra.

Sentado en un taburete alto, Fran me recogía entre sus piernas y mi boca se enredaba en su barba. Sin disimulo, él acariciaba mis pechos y llevaba mi mano hasta su sexo excitado bajo la tela. Le acaricié también sin ocultarme de miradas indiscretas y sin dejar de besarle en ningún momento.

–Te follaría aquí mismo…

–Vamos…

–Tengo el coche ahí fuera…

–Pues vamos –le dije al tiempo que estiraba de él para que se levantara y me siguiera–.

De camino al coche volvimos a besarnos varias veces y él ya aprovechó para colar sus manos hasta tocarme la piel caliente. Nos detuvimos junto al coche y me eché sobre él, excitados ambos, y Fran me atrapó por la cintura con una mano mientras despasaba los botones de mi vaquero con la otra.

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Su deportivo tenía los cristales traseros tintados, muy útiles para proteger de mirones más de una sesión de sexo, seguro. Lo hicieron de nuevo esta vez, cuando cerró la puerta trasera, él vencido sobre mi espalda en el asiento de atrás.

Con las bragas por las rodillas, ansiaba que me hincaras esa parte suya que llevaba un buen rato haciéndome saber que él también me deseaba. Fran no se demoró en hacernos disfrutar a los dos. Me gustó cómo se movía, bien experimentado, en ese espacio tan reducido, cómo entraba y salía de mí con rapidez, aplastándome contra el respaldo cada vez que me embestía.

Notaba su aliento caliente en mi nuca y sus mordidas en la oreja. A la vez, su mano me presionaba el clítoris que ya había aumentado al máximo. No aguantamos más de unos pocos minutos. Nos teníamos ganas y, además, el coche no era especialmente cómodo aunque sí atesoraba mucho morbo.

La sacó antes de correrse para no hacerlo dentro de mí. Fuimos tan imprudentes como para follar sin condón…

–Siéntate –me ordenó con voz suave pero firme.

Obedecí y quise acercar mi boca a su polla pero estaba tan a punto que no me dejó lamerla, así que me tumbé, abrí la boca y esperé… Sin embargo, me levantó la camiseta y liberé mis tetas que estrujó mientras se corría en ellas. Luego se dejó caer sobre mí un segundo, lo justo para recuperar el aliento.

Amanda Lliteras