La noche transcurrió entre copas y risas. Compartimos nuestros nuevos planes, trabajos y las mil historias que compartir cuando te mudas a un nuevo país. A cada bar que pisábamos más hablaban nuestros ojos y menos palabras nos hacían falta. A ambos nos invadía el deseo. Como última visita, un pub que resultaba nuevo para él, un nuevo espacio en el que devorarnos con la mirada. Nos sentamos a compartir la última cerveza y la última copa de vino. Pau y yo habíamos sido un intento de pareja que nunca llegó a serlo. Tinder nos presentó, nos unió y, desde entonces, estuvimos juntos, sin llegar a ser nada, hasta que él se fue a trabajar por un tiempo a otro país y decidimos seguir cada uno con nuestras vidas. Nuestra relación se redujo a pequeñas conversaciones telemáticas. Pero nada impedía que estuviéramos tan a gusto como siempre. Tampoco que nos miráramos como nunca. Nos habíamos echado de menos, en todos los aspectos.giphy

Volvimos hacia el coche, aparcado en lo que al principio de la noche me parecía el final del mundo, pero que ahora veía como la mejor calle de toda la ciudad. Una calle sin apenas tráfico, ni casas, ni gente. Apartada del núcleo urbano. Actualmente, ninguno de los dos disponíamos de casa propia para compartir la noche. Así que decidimos pasarla charlando y rememorando los viejos tiempos, en los que compartíamos el coche con las estrellas del cielo. Él me seguía hablando mientras yo no podía apartar la mirada de sus labios. Cuando me quise dar cuenta, sus dedos estaban entrelazados con los míos y él me miraba en silencio. Qué poco aguantamos la escena. Los ojos hablaban de nuestro deseo por nosotros y la atracción magnética que sentimos desde aquella primera cita a ciegas se apoderó del ambiente y de la situación.

Los besos cada vez eran más apasionados. Mi mano quiso comenzar a jugar por su torso, hasta encontrar su pezón izquierdo. Su sonrisa pícara al deslizarme en círculos al rededor de este me desarmó. Ni siquiera habíamos empezado y ya necesitaba sentirlo dentro. Mi lengua cruzo su cuello, en dirección al lóbulo de la oreja. Un mordisco suave provocó su primer gemido y me arrancó la ropa. Comenzó a besarme por todo mi cuerpo. El cuello, los pechos, mis pezones, mi abdomen.. Mientras, con una de sus manos me acariciaba los muslos. Yo estaba húmeda y no podía evitar jadear con mi respiración entrecortada, cuando noté cómo empujaba su sexo, erecto y aún atrapado bajo sus pantalones, contra mi muslo. Le quité los pantalones, quería acariciarle. Siempre consideré su polla como una escultura jodidamente perfecta que me llevaba a la perdición. Pero él me paró y me pidió que me acomodara en los asientos. Y caso que le hice. Su lengua recorría mi cuerpo, sus manos también. Con una comenzaba a acercarse a mi vulva con suaves caricias y con la otra me hacía gemir dándole placer a mis pechos. Su mano rozó por primera vez mi sexo por encima de las bragas. “Qué húmeda estás. No me puedo resistir” Y no se resistió. Me quitó las bragas con la misma suavidad con la que su lengua jugaba ahora a encontrar el camino. 

La respiración se me entrecortó y gemí de placer con el primer lametón directo al clítoris. Le agarré con fuerza de las manos y él simplemente me dijo: “disfruta”. Comenzó a besar mis labios, mi clítoris. A lamer como si se le fuera la vida en oírme disfrutar. Yo gemía, ahogaba los gritos de placer cunando me soltó una mano y.. noté como entraba violentamente con dos de sus dedos por  mi vagina. Seguía lamiendo mientras movía los dedos dentro de mí y yo acompañaba sus movimientos con mis caderas y mis gritos de placer. Me soltó la otra mano para quitarse los calzoncillos. Un tercer dedo dentro de mí. Mis pupilas dilatadas. Pero yo quería más. Le ofrecí un condón. Se puso encima mía. Su pene, su jodidamente perfecto pene, comenzaba ahora a a acariciar mi coño. Era muy placentero. Con su pene esparcía mi humedad mientras seguía utilizándolo, masturbándose con mis labios mayores y menores. Lo necesitaba dentro ya, así que hicimos una breve pausa. Con el condón en la mano, disfrutaba de la vista de su polla a pocos centímetros de mi boca. Sus venas, su color, su perfecta forma y tamaño. No pude evitarlo y mi lengua la envolvió. Él me paró. Fue muy claro. “Si hoy no te escucho gritar de placer todo el rato, no vale. Ponme el condón, quiero follarte ya”. 

Le puse el condón mientras le masturbaba y él me recostó sobre los asientos. Comenzó a jugar otra vez con mi coño, hasta que entró firmemente y sin avisar. La suavidad se había quedado atrás. Me penetraba con fuerza. Una y otra vez. Cada vez más fuerte. Cada vez más rápido, mientras nuestros gemidos se mezclaban y nos comíamos la boca. Mientras, sus manos me acariciaban el pelo, el pecho y cada centímetro de mi piel. Cada vez que me embestía, la puerta me recordaba que estábamos en un coche, pero no me importaba. Puse su camiseta entre mi cabeza y ella y él continuaba embistiéndome con fuerza, mirándome fijamente y con ternura. Yo notaba como el orgasmo estaba cerca. Él me pidió que aguantara. Así lo intenté. Comenzó a penetrarme más fuerte si cabe. Estaba siendo el polvo más jodidamente bestia de mi vida. Mientras el coche se movía en aquella calle vacía y se escuchaban nuestros gritos. Noté como le faltaba poco. Bajé mi mano. Comencé a masturbarme, tocándome el clítoris mientras el me empujaba y empujaba. “Me voy a correr, me voy a correr”. Yo también, le dije. Y gritamos mientras llegaba el orgasmo, sin separar nuestras bocas. Noté como se corría dentro de mí, la fuerza de su semen a través del condón, mientras me estremecía de placer y todo mi cuerpo se movía por espasmos involuntarios. 

Cayó rendido encima de mí y así nos dormimos después del mejor polvo de nuestra historia, en los asientos de su coche.  Nos despertamos pocas horas después. Desnudos  y abrazados. Me miró con una sonrisa pícara y note como su pene volvía a estar duro. No pude evitar lamerlo con cariño y delicadeza. Metérmelo en la boca y mirarle a los ojos mientras le hacía dibujos con la lengua y él mostraba su particular cara de placer. Comencé a jugar con sus testículos, alternando. Pasé otra vez a tener su polla en mi boca mientras con las manos le masajeaba el perineo. Era lo que más placer le generaba. Sus manos me acariciaban el pelo en un intento de mostrar gratitud. Antes de que se corriera, se apartó. Puso su polla entre mis tetas. Sin pedir permiso, pasó su mano por mi coño para coger mi humedad y preparar mis pechos. Yo los apreté entre sí y puse mi lengua al final mientras él se deslizaba arriba y abajo entre ellos. No tardó demasiado en volver a eyacular. Su semen, caliente y resbaladizo, ahora estaba por todo mi cuello, mi pecho y era una sensación que me encantaba.

Nos despedimos con un abrazo, maldiciendo la distancia y prometimos no perder el contacto hasta que volviera a España este verano. Creyéndonos nuestras promesas, nos dimos el último beso en mi portal, sabiendo que, seguramente, ese había sido el mejor polvo de nuestras vidas y el último que compartiríamos.

Anónimo.