El día empezó como todos desde hacía más de trece días. Porque llevaba la cuenta, literalmente. Todas las mañanas tachaba con uno de esos rotuladores gordos que huelen a amoniaco, el tiempo transcurrido. Él se había ido, y con él sus camisas de cuadros, su colección de cómics, sus vinilos de Bowie, y mis ganas de todo.

Era sábado, y mi amiga Marta celebraba su cumpleaños. Yo no quería ir. Sólo de pensar en tener que interactuar con la gente, sonreír o bailar, me ponía enferma. Pero no me pude negar, cuando se me presentó en la puerta de casa. Dando saltitos de un pie a otro y con una botella de vino blanco con lazo rojo y todo. Botella que me estaba cimbrando de pie y en bragas a las diez y cinco de la mañana de ese sábado.

Habíamos quedado  a las once en una conocida discoteca, dónde Martita trabajaba, para pagarse las clases de interpretación, a pesar de ser incapaz de presentarse jamás a ningún casting. A las once y cuarto yo estaba borracha y sentada sobre una montaña de lo que se me antojaba mierda en forma de prendas.

Intenté respirar hondo, y a pesar de que me clavé el lápiz de ojos en la jodida córnea, el resultado era decente. Quería ir diferente, distinta. Por una vez, olvidarme hasta de quien coño era. Y lo conseguí. Parecía una prostituta travesti a mitad de los años  ochenta. Con un ceñido vestido verde lima de escote Bardot, unas altísimas sandalias, y un make up basado en unos ojos que ríete tú de Cleopatra en sus tiempos mozos.

Llegué tardísimo, pero a nadie pareció ofenderle demasiado, ya que allí estaba borracho hasta el Tato.

Enseguida hice amistad con un chico gay, que llevaba más highlight que yo. Nos contamos nuestras vidas entre trago y trago. Y determinamos, que ese día teníamos que follar. Que lo merecíamos por derecho. Que ya estaba bien de tanta mierda. Ambos queríamos que nos empotraran pero bien, contra cualquier superficie y sin preguntarnos ni el nombre.

Fóllame y lárgate. Ése era el concepto.

Fuimos a otra discoteca que estaba vacía, y yo bailaba y reía, y a medida que dejaba de sentir el corazón, empezaba a sentir el coño. No sé si pasaron cinco minutos o dos horas. Pero en el transcurso de un perreo y una visita al váter, el local estaba lleno.

En mitad de tanta gente, escuché la risa de Marta. Vi a mi recién amigo charlando animadamente con el camarero. Sentí como unas manos me asían de las caderas. Me dio un calambre por todo el maldito cuerpo. Me giré instintivamente. Era una chica delgadísima, y muy morena. Me llamó la atención el contraste de su lujoso vestido largo, con su cráneo rapado y una ausencia total de maquillaje. Yo me quedé paralizada. Debía tener una expresión muy graciosa pintada en mi cara, porque le provoqué una buena carcajada. Sin mediar palabra, me acarició desde el lóbulo de la oreja hasta el mentón. Me atrajo hacia sí, y me metió la lengua en la boca.

Y esa lengua caliente, dilató todas las arterias de mi cuerpo, y pude sentir la sangre fluir  a borbotones por cada una de mis venas.

Un desbocado traqueteo de sístole y diástole.

La separé empujándola ligeramente por los hombros.

Ella se me quedó mirando durante un instante. Con el dedo pulgar apoyado en su barbilla y el índice entre los labios.

Yo no daba crédito. ¿Que coño estaba pasando?

  • Vamos a hacer una apuesta -dijo tras una larga pausa.
  • ¿Una apuesta? -contesté atónita.
  • Si.
  • ¿Qué tipo de apuesta?
  • Apuesto a que he conseguido mojarte las bragas.
  • Pero que dices tía. Me ardían las mejillas. Yo no…
  • ¿Tú no qué?

Se me acercó. Yo estaba paralizada, con los ojos a punto de salírseme de las órbitas. Empezó a bailar pegada a mí. Y en un movimiento muy sutil, acarició mi pierna y siguió subiendo por el interior de mi muslo. Yo no me moví. Ni siquiera cuando sentí sus dos dedos acariciando mis labios mientras me miraba a los ojos muy seria.

  • Yo gano. Me dijo. Y se metió los dedos en la boca.

Me agarró de la mano y tiro de mí. Atravesamos la atestada discoteca, riéndonos y agarradas de la mano. Me empujó dentro de un baño y cerró la puerta tras de si. Aterricé apoyada contra la pared. Y en una jugada sincronizada me liberó las tetas, y me metió los dedos en el coño.

  • Que suerte la mía.- Me susurró al oído.

Pero yo ya no escuchaba. Sentía sus dedos trazando círculos dentro de mí. Y su lengua en mi cuello. Su aliento caliente, erizaba toda mi superficie cutánea, que creedme, no es poca. Me acariciaba las tetas, y jugaba con mis pezones. Yo jadeaba, me estiraba. Me elevaba y notaba cómo salía de mi propio cuerpo. Me iba a estallar el coño en mil pedacitos.

  • Dime que te gusta. Quiero oírte. Quiero oír como me pides que te folle.

A cada palabra, yo más fuera de control me sentía. Me di la vuelta. Y le bajé los tirantes del vestido, y éste cayó al suelo. No llevaba ropa interior. No la necesitaba. Empecé a acariciarle las tetas. Me metí unos de sus oscurísimos pezones en la boca. Lo chupé, una y otra vez, dejando un cerco de saliva caliente sobre esa magnífica y excitante piel.

Ella gemía y me besaba con fuerza. Me agarraba por la cabeza, nos mordíamos de puras ganas de más. Se agachó, y su lengua recorría mis labios. Los estiraba con los dientes mientras me follaba con los dedos. Yo tenía calor.  Mucho calor. Tanto que creía que iba a combustionar de un momento a otro. Pero no me importaba morir así.

Se apartó para soplarme muy despacito en el clítoris, sin dejar de moverse dentro de mí. Tan dentro. Tan jodidamente bien. Succionaba mi clítoris, lo lamía muy rápido, y cuando yo sentía que me corría, cambiaba de ritmo, haciendo que mi cuerpo temblara con la exquisita desesperación del que sabe lo que va a venir.

  • Que coño tan bonito tienes. Sabes delicioso.
  • Dime que te gusta. Quiero oírlo.

Se levantó.

  • Quiero que sepas como sabes. Yo abrí la boca. Ella me lamió la lengua.
  • Mira que rico. Voy follarte hasta que no sepas ni quién eres.

Nunca me habían besado así. Como si nos estuviéramos muriendo.  Cómo si fuera la última vez. O tal vez la primera. Me corrí mientras me follaba con fuerza el culo y el coño y mientras mis piernas temblaban ella me sujetó por la cintura y me dijo al oído;

  • Me llamo Olvido.