Fuiste cruel.

Me engañaste, me trataste como una idiota a la que nunca supiste valorar. Y me quedé, aunque el alma me pedía a gritos que me fuera, que te fueras.

Y todo lo que puede hacer fue anestesiar el dolor con tus besos y silenciar mis remordimientos con el ruido de tus gemidos.

Al final fui sólo una más, la que siempre tenía ganas de mirarte, demasiado cobarde para poder marcharse, para emprender la huida sin volver a aspirar tu olor, sin volver a poder imaginarme despertar contigo el resto de mis días, teniendo que encontrar la manera de aprender a vivir sin tu sonrisa.

Y no sé cómo voy a mirarme en el espejo, cómo me voy a decirme a mi misma que no tuve la fuerza suficiente para irme, que dejé que me desgastaras por dentro hasta que me quedé sin nada. Has hecho que me sienta tan pequeña… tan mutilada, incompleta e inservible…

Porque te dí todo, te entregué cada maldita parte de mi vida y cuando empecé a quererte, cuando bajé la guardia y quise regalarte todo lo que tenía, te fuiste. Me cambiaste por cualquiera, por un par de besos mal dados.

No fui lo suficiente para hacer que te quedaras, aquí, conmigo, con nosotros.

Todo lo que vivimos, todos nuestros momentos no fueron suficientes como para que te pensaras al menos dos veces qué ibas a perder por un par de días con ella, si merecía la pena cambiarme por alguien que no se quedaría cada noche en vilo sólo con tal de verte despertar.