Las súper woman no existen. Nos pasamos la vida intentando ser la novia perfecta, la amiga perfecta, la madre perfecta, la amante perfecta. La presión a la que nos auto sometemos es tal, que aunque tengamos hijos queremos seguir siendo las mismas mujeres de siempre, seguir teniendo el mismo cuerpo que antes, yendo al gym tres veces a la semana, quedar los sábados para tomar un brunch con nuestras amigas, salir de fiesta una vez al mes, apuntarnos a clases de alemán, mientras disfrutamos de la crianza de nuestros hijos y sin que resienta la profesionalidad en nuestros trabajos. Que no digo yo que todo esto no sea fantástico y maravilloso, pero es imposible llegar a todo, sin volverse loca del todo y tener la sensación de no llegar a nada.

Nos auto exigimos demasiado. Y en el sexo igual. Nos decimos en alto que cuando tengamos hijos el sexo no cambiará. Antes de tener a los míos, oía a parejas que decían que el sexo había pasado a segundo plano y sí, desde mi pedestal de sabiduría, me auto compadecía de ellos. Eso a nosotros no nos pasará. Me encanta el sexo, me encanta follar y hacer el amor. Así que me daban mucha lástima y me sentía superior por disfrutar de una vida sexual tan completa. Eso a mí no me pasará.

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Pero los niños llegaron. Y con el primer niño pretendí ser una súper woman. Me pasé la cuarentena por el forro en un intento de demostrarme a mí misma que yo no iba a cambiar, que seguiría con la misma actividad sexual y con la misma pasión en mi relación. Me empeñé con ganas y fuerzas en mantener el nivel. Pero la realidad golpeó a mi libido con dureza y volvió a demostrarme que era el momento de tragarme mis palabras.

El sexo después de un bebé es misión imposible. No tienes ganas. Esa es la realidad. Puedes auto engañarte y proponértelo: hay que hacer los deberes. Fantástico. Hazlo. Pero hoy vengo a romper una lanza a favor de relajarse y no follar. No pasa nada. En  serio.

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Acabas de dar a luz a un bebé. Tu cuerpo y tu mente están en otra cosa. Llevas sin dormir tantas semanas que has perdido la cuenta. Si estás dando el pecho, tus hormonas directamente han inhibido cualquier resquicio sexual que quedaba en tu cuerpo. Estás cansada, con sueño, con más sueño del que eres capaz de aguantar.  Aprovechas cualquier momento para dormir o para hacer las mil cosas pendientes que tienes en la lista: lavadoras, comidas, curro, plancha, depilarte, lavarte el pelo, comprar un disfraz de árbol… Es fantástico si te apetece echar un polvo con tu chico, pero si de verdad no te apetece una mierda, no te culpes. Es normal.

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Respeta tus tiempos. Tu cuerpo está buscando su sitio y no tiene nada de malo que esté concentrando sus fuerzas en otra cosa. No tienes el coño para farolillos. Lo que quiero decir es que basta de presionarnos para ser perfectas en todas las facetas. La de amante es una faceta importante, no voy a decir yo lo contrario, pero si ahora mismo esa faceta está en el trastero de tus prioridades, relájate. Déjalo estar, basta de presión.

Se tÚ quien decida cuando quieres volver al tema. Relájate. No te sientas presionada. Mastúrbate. Déjate llevar poco a poco, vuelve a reencontrarte con tu cuerpo con calma, deja que fluya tu sexualidad a su ritmo. Y cuando llegue el momento disfrútalo.

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Me viene a la mente una conversación de las chicas de Sexo en Nueva York hablando de la frecuencia con la que practicaban sexo. Como la hija de Charlotte estaba delante, para que no se enterase, hablaban del sexo comparándolo con la frecuencia en la que pintaban dibujos. Carrie no dice cada cuanto lo hace, solo contesta: “cuando Big pinta, siempre se sale del dibujo”.

No os comparéis, no midáis vuestro sexo con los demás o con la frecuencia de antes y ahora. Cada momento es distinto. Lo importante es que cuando de verdad os apetezca, os salgáis del dibujo.

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Fdo. Mommy Painter