Esto es verídico, lo he oído, me lo han dicho y lo he vivido en propias carnes. Y seguramente tú también.

No hace mucho, antes de estar felizmente ajuntada, salía, salía mucho y ligaba, ligaba bastante.
Un día de aquellos en un mítico bar de copas a las tantas de la noche me presentaron a un tío amigo de una amiga. Era alto, moreno y de ojos marrones. No era el típico guapito, pero tenía un rollo entre friki y raro que le hacía muy interesante.

Estuvimos toda la noche hablando de viajes, de películas antiguas, de Woody Allen, de filosofía, de las relaciones por Internet y de miles de cosas; pero acabó la noche y cada uno se fue a su casa. Esta escena se repitió durante los siguientes 4 o 5 fines de semana; de hecho siempre ‘por casualidad’ aparecía con su grupo de amigos donde estábamos nosotras (cosa que no era muy difícil porque éramos de ruta fija). A estas alturas sin que hubiera pasado nada yo ya estaba un poco mosqueada así que esa noche le eché valor y entre canción y canción y conversación y conversación le intenté besar; y digo bien intenté porque me hizo una cobra de las épicas.

Podéis imaginar mi cara, pero lo peor llegó después cuando soltó la perla:

Lo siento, eres guapa, inteligente y con una conversación que ya quisieran muchas y, de verdad, que si adelgazaras un poco serías perfecta.

No reaccioné, me quedé allí plantada sin saber qué decir y ese fue mi error. Ahora me acuerdo y me entra la risa, pero en ese momento me dejó bastante tocada. Es difícil asimilar que unos cuantos kilos de más echen por tierra el resto de tus virtudes o que un físico que no entre 100% en los estereotipos destierre el resto de aptitudes de una persona.

Si le viera ahora me echaría a reír y le intentaría explicar que mis kilos de más no me hacen menos mujer, ni menos atractiva; que soy igual de inteligente pesando 65 ó 90 kilos, que la grasa no me impide tener conversaciones interesantes y que quizás el problema lo tiene él cuando en su balanza pesan más unos cuantos kilos que una gran mujer.

Así que si alguien os suelta una lindeza como esta, sonreíd y sentíos afortunadas de poder alejar de vuestra vida a alguien que no sabe apreciar la perfección en la imperfección.

Elena Rionda