La semana pasada, en el trabajo, una compañera nos pidió consejo sobre un tema. A ella nunca le había pasado la situación en cuestión y no sabía qué decirle a su amiga al respecto. Yo, con toda la intriga, me senté a escuchar el caso, ya que no sabía qué asunto podía concurrir semejante cónclave. Y la historia fue la más sencilla y vieja desde que nacemos y los pelos se nos ponen blancos con el tiempo: a una chica le gusta un chico y no sabe si pedirle para salir.

¡Pues vaya novedad! Lo siento, pero creo que los años, las arrugas y los tropezones (o más bien ostiones de campeonato) nos han colocado en una posición privilegiada a aquellas que le hemos pedido a salir a un chico y no hemos muerto en el intento.

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Porque no te mueres, primerísimo primer punto que vamos a aclarar. No sé quién instauró que el chico ha de ser el que dé el primer paso pero, desde luego, semejante tontería ha dejado en el tintero, entre otras muchas cosas, grandes relaciones, posibles líos de estos que te despeinan y te dejan atontada y aventuras en común. Desde tiempos inmemoriales se da por hecho que la chica es la tímida que espera sentada a que el chico, gallito, echao p’alante y muy seguro de sí mismo, eso sí, sea el que digne con su atención a la amable muchacha.

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¡¿Pero esto qué es?! Creía que habíamos avanzado lo suficiente como para no tener que enfrentarnos a la duda. Bueno, dudas sí, que somos humanos y no todos poseemos la misma seguridad en nosotros mismos. Pero a lo que nos referimos es al momento en el que una mujer ni se plantea decirle a un hombre que está interesada en él por el simple hecho de que “las chicas no se declaran a los chicos”. Estamos apañados.

A veces sale bien, a veces sale mal. A veces no hace falta decir ni una palabra porque todo conecta y funciona y las personalidades de las dos personas lo hacen fácil, las circunstancias acompañan y la purpurina flota en el ambiente. Pero muchas otras veces, en miles de ocasiones, es necesario porque uno de los dos es una ameba y no se entera de que la pancarta de ese edificio en la que pone “Luis, me gustas y quiero salir contigo», Fdo. Marta está diciendo lo que está diciendo. O bien Luis está locamente enamorado de Marta y es incapaz de decirle nada porque solo con verla se muerde las uñas hasta que las manos le quedan muñones, o bien Luis no se cosca porque Marta no sospecha que sus señales inequívocas no las descifraría ni la máquina Enigma. Marta, ¡lánzate, joder!

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¿Qué es lo peor que te puede pasar? Y siempre viene la respuesta obvia de las que sucumben al pánico: “que me diga que no”. Pues si te dice que no, no pasa nada. Habrás conseguido sacarte un peso de encima del tamaño de un submarino de la 2ª guerra mundial. ¡Créeme! Dejarás de lado esas “noches sin dormir” a las que tanto hacen referencia las baladas, y respirarás más tranquila, porque al menos te habrás volatilizado las dudas referentes a si Luis te quiere o no te quiere, si aquel día que te acercó el plato con café sobre la mesa fue el indicativo definitivo que se estaba declarando, o no.

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Siguiente respuesta típica: “Si dice que no, entonces será incómodo y perderemos la amistad”. Errrrrr!!! Incómodo depende, sí, no lo niego. Es un momento de “tierra, trágame” seguro. Pero, ¿perder la amistad? Si deja de ser amigo entonces la persona no valía tanto la pena, y lo siento pero aunque suene a frase de madre, esto es así. Idiotas fuera de nuestra vida, gracias. De hecho, si la persona a la que te declaras es lista y entiende tu posición, por mucho que no te corresponda, entenderá por lo que estás pasando, te lo hará fácil y valorará el gesto que acabas de llevar a cabo. Voy más allá, si la persona es inteligente y sensible, entenderá que tener sentimientos por otra persona es una de las cosas más bonitas que existen y expresarlos es un regalo que hay que apreciar.

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Si la respuesta es positiva, poned vuestra imaginación a volar en escenas hermosas de besos tímidos y sonrisas que tensan la piel de la cara hasta sentir que se te rompe. La persona que te gusta te ha dicho que sí y solo quieres flotar. Si la respuesta es negativa, no te creas, la otra persona también lo pasa mal teniendo que rechazar a alguien, sea por la razón que sea. No es plato de buen gusto, es probable que hayáis estado en esa situación en algún momento de vuestra vida. Hay que tener tacto, hay que recordarle a quien estás rechazando las razones correctas y no traumarlo de por vida para que no se vuelva a lanzar porque, quién sabe, a la próxima puede que le digan que sí. Hay que respetar el dolor ante un “no”, el dolor de la persona que esperaba el “sí” con todas sus fuerzas.

Confesión reveladora: yo lo he hecho más de una y de dos veces. Dar el primer paso no es algo malo, es algo que requiere de determinación y de imaginación, de agallas. No siempre me ha salido bien (casi nunca, y ahora con el tiempo veo las razones por las cuales ese “no” estaba clarinete) pero siempre ha sido bonito y lo recuerdo como algo de lo que estoy orgullosa. Orgullosa de haber salido corriendo descalza detrás de aquel chico a las 3 de la mañana para darle un abrazo y decirle la razón por la cual lo echaba de menos cuando no estaba con él. Orgullosa de haber hecho cartelitos a lo Love actually y haberme parado en medio de las paradas de Navidad en los aledaños de la Catedral de Barcelona y pasarlos uno a uno, en silencio, sonriendo. Orgullosa de haber acortado esa distancia y dar el primer beso en medio de una conversación de más de tres horas. Me han roto el corazón, me lo han encogido, me lo han agrandado y aquí sigue, dentro del pecho, latiendo con fuerza. Cada una de todas esas veces mereció sin duda la pena.

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Así que, en definitiva, he aquí el mensaje alentador del día: Si te gusta alguien, ¡pídele para salir! ¡¡¡Atrévete!!!