Aquel fin de semana todo fue improvisado, empezando por su visita. Un amigo maravilloso del que me separa un mar y al que abrazo menos de lo que me gustaría. Él estaba en Madrid de repente, y yo bajé las escaleras de dos en dos a su encuentro.

Además de un gran corazón tiene un don especial para los animales y para las plantas, de las que también sabe mucho, así que al día siguiente quedamos en ir juntos al jardín botánico de Madrid para conocerlo de su mano.

Paseamos juntos por entre las plantas escuchando con atención todas sus explicaciones y, pasado un rato, nos sentamos en un banco debajo de los tilos:

–          ¿Cuál es tu flor favorita? – le pregunté.
–          La orquídea – contestó sin apenas pensárselo.
–          ¿Por qué?

«Porque es una flor preciosa Miguel, y porque creo que son como las relaciones. Normalmente cuando una persona compra una orquídea la coloca en el lugar más maravilloso de la casa, en medio de la mesa más vistosa. Lo mismo que hace la mayoría de la gente cuando comienza una relación, para que todo el mundo vea lo bella que es y la admiren. Se sienten orgullosos.

El problema es que la orquídea no es como las demás flores, necesita cuidados especiales. A lo mejor esa mesa no es el mejor lugar para ella aunque sea el más vistoso. Por eso pasado el tiempo la orquídea empieza a marchitarse, comienza a ponerse mustia, pierde esplendor y ya no llama tanto la atención como al principio. Al no estar tan bella como antes la cambian de sitio a otro lugar menos vistoso y menos importante.

La orquídea, en vez de mejorar, sigue empeorando cada vez más e incluso comienzan a caérsele los pétalos. Poco a poco se va poniendo peor hasta que, cuando finalmente deja de resultar atractiva, es apartada aún más a un rincón donde apenas se la ve. El desenlace en estos casos, tanto para la orquídea como para la relación, es obvio: ambas terminan por morir.

Lo que no sabe esa gente es que cuando ves que la orquídea empieza a marchitarse, al igual que la relación, no hay que apartarla. Al contrario. Hay que cuidarla aún más que antes, ver qué estabas haciendo mal y qué es lo que realmente necesitaba. Hay que darle mucho cariño, buscarle el lugar y los cuidados que de verdad requiere y no los que tú creías que eran los mejores. Hay que tener paciencia y tesón, querer de verdad que vuelva a florecer. Si pones todo de tu parte y las condiciones son buenas, la orquídea empezará a mejorar poco a poco y recobrará su esplendor hasta volver a estar incluso más bella que cuando llegó a tu vida.

Por eso, Miguel, la orquídea es mi flor favorita. Sin duda.»

Y ese día, mientras escuchaba a mi amigo sentado bajo los tilos, entendí que las orquídeas no se marchitan porque quieren, se marchitan porque no las cuidamos como es debido. Y aunque pierda sus pétalos y su belleza, sigue siendo la misma a la que quisimos y a la que deberíamos seguir queriendo, incluso más cuando más lo necesita.

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