Esta es una experiencia propia, contada por un chico al que siempre le han atraído las gordibuenas,  las amigas gordas, o las chicas rellenitas. Llamadlas como queráis.

Quienes me conocen saben que raras veces entro en conflicto con mis amigos por una chica. Es algo que he ido asimilando con el tiempo: yo les entiendo a ellos, pero ellos a mí poco. Algunos sí, a base de experiencia y comprensión, pero son la minoría, una minoría que coincide con la de los que son  verdaderos amigos. Y hablo conscientemente en clave masculina, porque con mis amigas la historia siempre fue diferente. También yo me tomado mi tiempo para entenderme a mí mismo, ya que durante algunos años mis preferencias han ido variando. Durante mi adolescencia sufrí varias fases de atracción hacia varios tipos de pelo y colores de ojos que me llamaban la atención. Sin embargo, tardé algo en darme cuenta había una característica que se repetía en mi estereotipo de mujer ideal, físicamente hablando: unos kilos de más.

No kilitos, KILOS. Bastantes. Teniendo en cuenta que son kilos de más respecto a los cánones de belleza estándar, llámese 90-60-90 o talla 38. Más allá del volumen de sus pechos (no las juzgues por eso si no quieres que te juzguen por el tamaño de tu pene), lo que más me atraía de las gordibuenas era todo su cuerpo. Porque realmente una chica con pechos grandes y perfectos y cintura de avispa, o simplemente ‘normal’, no me resultaba tan atractiva. Yo quería (y quiero) una chica a la que abrazar en modo peluche gigante. Con barriga, brazacos y muslamen. Claro que luego he estado saliendo con chicas muy delgadas, pero es que a la que te enamoras se te van los estereotipos Dios sabe donde.

Las situaciones eran como mínimo curiosas cuando, yendo por la calle, te cruzabas con algún grupo de chicas. Y surgían entre tus colegas comentarios como ‘wow, habéis visto qué guapa era aquella?’. Hasta que un servidor abría la boca, y decía que a mí me había gustado otra, casi siempre la más corpulenta. Silencio, miradas de asombro, y chicos intentando procesar la información recibida. Ahí es cuando todos se daban cuenta de que nunca nos pelearíamos por una chica. Para entendernos, entre mi círculo de amigos, las gordibuenas eran llamadas (y aún lo son, supongo), “las que le gustan a Martí”. En otras palabras, estaba el buen gusto, el mal gusto, y luego el mío, que según la persona que lo valorara era malo o peculiar, pero rara vez bueno. También había otros iluminados con los que te veías puntualmente, que apenas te conocían, y al enterarse de tus preferencias soltaban perlas como ‘joder, pero si esa chica era un tonel!’. Sin comentarios. Mucho peor que la falta de respeto a mis gustos era el adjetivo que le colocaban a una persona únicamente por su talla. A veces me pregunto si habrán logrado mirar más allá, o siguen igual de enquistados en sus prejuicios.

Aunque la estupidez humana no acababa en la instauración de ciertos calificativos, bastante desafortunados, sobre las chicas de mi estilo. Más allá de eso, he escuchado más de una vez la animalada de: “claro, te gustan las gordas porque son más fáciles de conseguir”. Pero vamos a ver, qué pasa, ¿que por estar gorda tiene que conformarse con cualquiera que le venga? ¡Menuda estupidez! Y si resulta que el ser gorda nos resulta a algunos más atractivo que ser flaca? Y, sobre todo, y si esa chica a la que estás despreciando por su físico es una persona maravillosa, culta, cariñosa, divertida, y aspira a conseguir a alguien igual de genial que ella?

Pero cuidado, porque me he reservado para el final una de las frases más desafortunadas que he escuchado en mi vida. Ojo, mucho ojo, con esto: “seguro que la chupan bien, porque si están gordas pocos penes pueden ver”. Sí, os juro que lo he escuchado. Evidentemente es un caso extremo, pero existente, y procedente de personas que no eran de mi círculo de amigos. Porque en el mejor de los casos hubieran dejado de serlo. Es un ejemplo de hasta dónde llegan los estereotipos, la gilipollez, la crueldad y la falta de respeto –yo jamás voy a criticar a alguien a quien le gusten las chicas flacas o de talla estándar, y mucho menos a ridiculizarlas a ellas, simplemente no me atraen.

Pues, sinceramente, a pastar todos. Siempre me dio igual lo que dijeran, y ahora no va a ser menos, sino al contrario: estoy ORGULLOSO de que me gusten las gordibuenas. Aunque paradójicamente eso me aleja de ellas. Porque eso de que eran “fáciles de conseguir”… ai, si supierais! No puedo, me bloqueo. Hay algo que me dice que son demasiado, o que ellas no se van a fijar en mí. Quizá es porque he conocido a muy pocas, o porque mi autoestima no es nada del otro mundo. Quizá me falta el desparpajo para sentirme capaz de proponerles  ir a tomar algo, a ver una película, a hacer ejercicio o a ponernos como gochos con una buena comida (entendiendo ésto último como la acción de disfrutar ingiriendo alimentos!).

Algunas personas piensan que es difícil que te gusten las gordibuenas, en los dos sentidos: 1)que es difícil sentirte atraído por ellas cuando nos tragamos día a día imágenes e ideas que nos “recomiendan” lo contrario, y 2)porque en caso de que te atraigan es difícil encajar en la sociedad.

Pues se equivocan, es tremendamente fácil que te gusten. Por lo que son, por lo que sois. ¡Viva vosotras!

Martí Ratatosk

 

En la fotos: Curvy Campbell