Pongámonos en situación. Has pasado la noche con alguien y, la verdad, es que ha ido genial. En la cama habéis estado retozando sin parar, no habéis dormido por haber estado dándole al tema y hablando y riendo durante horas. Qué maravilla, qué bien puesto todo. Hora tras hora todo ha ido sorprendentemente bien. Entonces llega un momento clave que puede acabar con todo esto o hacer que la cosa digievolucione. Algo para lo que nadie está preparado y no sabemos cómo actuar: el momento despedida.

Ahí estáis. Comiéndoos la boca y metiéndoos mano al lado de la puerta. Justo le ves marcharse a por el ascensor. Se da la vuelta y donde tendría que ir un “te llamo”, “hablamos”, “hasta luego, Maricarmen” o alguna frase coherente, te suelta: “GRACIAS POR EL CAFÉ”.

Bueno, no te suelta. ME suelta. Porque esto, amigas y amigos, me ha pasado. Es verídico. El puñetero café que le hice antes de que se fuese (de casa). ¿Eso? ¿Pero qué?

Y es que sí, esto ha ocurrido. Y también otras cosas. Como el extraño caso de estar en casa con un muchacho pegado a ti cual lapilla y, oye, es salir a que dé el aire fresco de la calle y se separa dos metros. Que parece que está en modo guardaespaldas… Pero, ¿qué?

O, al contrario, el que al poco de conocerte te quiere llevar agarrada de la mano por la calle y no te quiere soltar. ¡Suéltame la mano que se gangrena! ¡Ya soy mayor, puedo ir sola por la calle!

Por cosas de la vida, resulta que seguí hablando y quedando con el mozo del café. Somos amigos (¡Hola, majo!) y, lógicamente, le pregunté el por qué de esa jodida despedida. Y fue tan sencillo como: “estaba tan nervioso que dije lo primero que me saltó a la cabeza sin pensar”. Pues claro. Como él, muchos (yo incluída). Porque… ¿qué le dices? ¿Me dice que llamará y no lo hará? ¿Le digo que le llamo? (o también está el caso de… Cómo echarle de aquí ya…). Y también están las dudas ante el reencuentro. ¿Le doy dos besos? ¿Uno? ¿Le abrazo? ¿Por qué me abraza! Y te ves en ese momento más roja que el fondo de Netflix acercándote y alejándote de su cara.

Y yo me pregunto, con tantos estudios de la Universidad de Wuichinflonchis, ¿no hay nada que nos ayude en estos momentos?

Sabemos cómo reaccionar, cómo gestionar situaciones incómodas, complicadas. Podemos incluso llegar a captar señales o mensajes telepáticos. Pero esto… ¿POR QUÉ NO SE HA INVENTADO NADA? Un código morse, un guiño de ojos, un algo que nos diga cómo actuar, que me prepare para una frase. Que si me va a dar dos besos ponga el intermitente o algo, que si no me quedo con el morrochoto besando a la nada.

Deberíamos tener un diccionario básico para despedidas: TE LLAMO (Venga, hasta luego); HABLAMOS (dame tu número, ¡copón!); LO HE PASADO MUY BIEN (no me acuerdo ni cómo te llamas. ¡Agur!);

¿Elaboramos un listado? ¿Una guía de señas para saber si le doy un abrazo o le doy un apretón de manos? Dadme pistas que estoy muy perdida.

Sólo me queda daros un consejo: GRACIAS POR EL CAFÉ (no digáis esto nunca) …

 

Imagen destacada: Friends with beneficts (2011) – Sony Pictures