No, si la culpa es mía por meterme en apps de ligar cuando en realidad no tengo madera para eso. Soy un desastre en el tema relaciones y yo misma me pongo mil barreras porque pienso que me van a rechazar ,y claro, al final es lo de la profecía autocumplida. Soy tan negativa que provoco que me pasen cosas malas.

Tardé un montón en quedar con Felipe (nombre inventado) precisamente por eso, porque tenía pánico de que al verme huyera por patas. Porque yo tengo puestas muchas fotos pero una siempre conoce bien sus ángulos y siempre queda ese miedo por pequeño que sea de no gustar físicamente a la otra persona.

El caso es que quedamos en un lugar céntrico de Madrid. Cuando nos vimos no huyó, de hecho, yo diría que sonrió, me plantó dos besos de esos cerca de la boca y me propuso tomar algo. Reconozco que habían pasado solo unos minutos y yo ya estaba relajada porque el muchacho me estaba dando mucha confianza. Tenía pinta de buena gente. No era un vikingazo, pero oye, un tío apañao y con mirada limpia.

Me llevó a un irlandés bastante oscuro, y nada más entrar pensé: este lo que quiere es meterme mano. Si es que siempre he sido una ingenua…

Nos pedimos una pinta y charlamos de la vida. Al fin y al cabo llevábamos semanas hablando por whatsapp y ya conocíamos bastantes cosas el uno del otro. Os juro que yo pensé que la cosa fluía. Quizás no de amor loco, pero había buen rollo y sus miradas me hicieron entender que también había atracción.

Propuse pagar la segunda pinta. Fui a la barra y mientras el camarero las servía aproveché para acercarme al servicio. Me retoqué el maquillaje, me recoloqué las medias y hasta me eché un poquito más de perfume. ¿Se puede ser más idiota?

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Porque sí, como ya os estaréis imaginando, cuando salí del baño y volví a la mesa allí no estaba ni Felipe, ni Felipo ni su puta madre. Miré al camarero con cara de sorpresa y buscando una explicación, pero él se dignó a levantar los hombros como diciendo: ‘lo siento chica, pero se ha ido’.

Mi primer impulso fue agarrar el bolso y querer salir de allí muerta de vergüenza. Luego me acordé de que acababa de pedir dos cervezas y no debían quedarse allí enteras sin que nadie las disfrutara. Así que me las metí las dos entre pecho y espalda y oye, el rechazo ya dolía un poco menos.

Felipe no volvió a dar señales. Yo tampoco pregunté. Alguien que es capaz de dejar tirada de esa manera a otra persona no se merece ni un whatsapp por mi parte.

Ani.

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