Hace cosa de una año decidí mudarme, por diferentes motivos, a vivir a la fría, gris y espectacular Hamburgo. Una vez allí, me vi con fuerzas de emprender una nueva aventura:  me instalé Tinder en el móvil, con la casta intención de conocer a gente de la ciudad, practicar el idioma e investigar si son ciertos o no todos esos mitos de que en el norte son más fríos. El caso es que, tras 9 meses living la vida loca en una ciudad de más de 2.000.000 de habitantes, volví a mi pueblo a pasar unos días. Yo, que siempre he sido muy curiosa, puse en marcha el Tinder-radar para ver qué se cocía por aquellos lares. Descubrí que en el mismo rango de edad, los machos ibéricos son, en general, más lanzados a la hora de abrir conversación. Algunos optan por un original «Hola, ¿qué tal?», otros, sacando a relucir su artillería más pesada, se decantan por un «tienes una sonrisa preciosa». En cualquier caso, reconozco que me agradaba poder hablar en mi idioma y bromear sin tener que dar explicaciones después.

Uno de esos chicos, me llamó la atención: deportista, trabajador y estudiante, trotamundos… Me dijo que en un mes se pasaría por Hamburgo con una amiga y a ambos nos pareció una buena oportunidad para conocernos. Por desgracia, dicho esto, el globo se desinfló y poco a poco dejamos de hablar. Me escribió unos días antes del viaje. Yo le dije que, sinceramente, no sentía especial ilusión por verle pero que, si quería, podía enseñarles algunos puntos de la ciudad que valían la pena. Su respuesta fue tajante: «ESTO LO CAMBIA TODO. No hace falta que pierdas tu tiempo conmigo». Un poco dramático para mi gusto pero… Llevábamos 2 semanas sin hablar, nunca nos habíamos visto y, para qué engañarnos, yo ya estaba de nuevo inmersa en mi mundo vikingo. No le dí más importancia.

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Como el turrón, regresé a mi tierra por Navidad y aproveché para visitar a una amiga de una ciudad cercana la víspera de Nochebuena. Esa noche el Tinderchico despechado me escribió deseándome felices fiestas. Yo se las deseé de vuelta. Continuó preguntándome que qué me parecía la mujer de delante. «¿De delante de dónde?¿te has confundido de conversación?». «De delante del coche de Blablacar. Hoy, a las 18:00, de Cuenca a Castellón, con el conductor XXX». Yo estaba sentada en el sofá y casi me caigo de culo. Empecé a unir cabos. Este chico había estado sentado a mi lado durante todo el trayecto. Sí. ¿Por qué no me había dicho nada? Según él, hablando comentó que había estado hacía poco en Hamburgo y dio por hecho que yo había entendido la situación. ¿Y cuándo bajamos los dos juntos del coche en mitad de un descampado?¿No podría haber dicho algo más directo? Parece mucho más lógico y natural desaparecer y enviar un Whatsapp por la noche, preguntando qué impresión me había dado.   

Os preguntaréis cómo no le reconocí antes. Pues porque había como 2 años de diferencia entre las fotos de Tinder y la persona que se sentaba a mi lado en el coche.

Moraleja: Tinder puede tener efectos adversos en localidades de menos de 2.000.000 habitantes. Cuida con quién hablas, porque nunca sabes si algún día se va a sentar a tu lado en un Blablacar.

Hamburguesa mediterránea