Mis queridísimas lectoras, me voy a permitir contaros un recuerdo que enterré hace años por pura vergüenza, pero que creo que merecéis conocer por los buenos ratos que me regaláis tan a menudo.

Me saqué el Máster en Tinder y citas por internet hace tiempo. Llevo muchos años viviendo en el extranjero y siempre ha sido un medio fácil para conocer a gente nueva. Tan pronto había temporadas en las que conocía a 10 chicos en un mes, como otras en las que estaba meses sin conocer a nadie. La época sobre la que os voy a hablar era de las de alegría y desenfreno. Por aquel momento yo vivía en París, en un pequeño pero coqueto estudio con todo lo que una joven y apañada estudiante de veintipocos pudiera necesitar. Pronto llegaría el invierno y, a pesar de haber sido siempre muy feliz soltera, los fines de semana me llamaba el calor humano. Nunca intercambiaba más de nueve o diez frases con los chicos en cuestión. Siempre pensé que perdía el tiempo… ‘¿Por qué hablar con él durante semanas si luego cuando le vea va a ser más bajito de lo que parece en las fotos?’ Ya sabéis, superficialidades de juventud. Mis conversaciones se limitaban a saber la edad y decidir un lugar para ir a tomar algo.

El afortunado del rápido intercambio virtual de aquella tarde de otoño fue un joven emigrante como yo, llamémosle Olivier, y que trabajaba en banca en la Ciudad de la Luz. Tras varias dudas sobre si acudir a mi cita o no, por problemillas de digestión recurrentes, decidí ponerme toda mona para dirigirme al lugar de encuentro. No sin antes (importante) haber hecho de psicoanalista con mi mejor amiga por teléfono, la cual había vuelto a casa y se había encontrado con que su novio había hecho las maletas y arramplado con todo lo suyo, batidora y exprimidor incluidos. Estuvimos criticando a aquel desalmado durante horas; ella entre sollozos, y yo entre alguna que otra visita el WC.

ShowyMadeupAfricanbushviper-max-1mb

Olivier y yo nos encontramos en el centro de París, en un famoso bar en el que los camareros van con esmoquin, delantal, y te atienden con una sonrisa. La conversación fluía y aunque he de admitir que me pareció un poco chiquitín para mi gusto, mis locos estándares de belleza se tambaleaban con cada copa de vino. Dejamos de pedir copas, empezamos a pedir botellas… Y dejamos de acompañar el vino con aceitunas… ‘¿Te gustan las ostras?’ me propuso. ‘¡Me encantan!’ sonreí. Perdimos la noción del tiempo, del vino y de las ostras consumidas. Y decidimos que queríamos ir a bailar. Olivier, todo un caballero, no me dejó pagar la cuenta, lo que agradecí enormemente, ya que mi pobre economía de estudiante hubiera hecho que me quedase toda la noche en aquel bar abriendo ostras para otros y fregando las copas de vino de los demás.

Bailamos y reímos y, como era de prever ¡nos besamos! Cuando nuestros pies nos arrastraron hasta la parada de metro más cercana era ya de día. Ir a mi casa nos pareció una buena opción y pusimos rumbo a mi humilde morada en la ciudad más maravillosa del mundo. Una vez allí, dejamos de besarnos para hacer la típica pausa de ‘lo siento, tengo que ir al baño, hemos bebido mucho…’ Primero él, después yo. Cuando… HORROR. CATÁSTROFE. ¿QUÉ ES ESTO? ¡PUTO CERDO! ¿QUÉ HA HECHO AQUÍ? ¿QUÉ HA PASADO? La taza del WC estaba LLENA DE MIERDA. Por dentro, sí, pero LLENA.

63578567509335115042473438_giphy

Tras pensar durante 5 segundos que mi invitado había defecado en todos los anfiteatros de mi blanco WC, me entró un sudor frío, muy frío. Había sido yo. Horas antes, en mi desespero de calmar a mi mejor amiga en su peor momento, no tiré de la cadena cuando estaba con ella al teléfono para no cortarle el rollo… Yo estaba malita de la tripa, sí, pero a ella la había dejado su novio tras años de relación sin excusas y sin previo aviso. TRÁGAME TIERRA. TRÁGAME WÁTER. Quise desaparecer. Sé que no tengo excusa, sólo olvidé tirar de la cadena, es un error humano… Limpié aquello, aunque ya era tarde, y salí como pude sin poder mirarle a la cara. Hubiera necesitado más alcohol en sangre para correr un tupido velo. Dormimos. Horas después nos despedimos. No me volvió a llamar. Y nunca le conté esto a mi mejor amiga, se lo cuento hoy. Mereció la pena preciosa: encontraste a alguien maravilloso y yo encontré al amor de mi vida por Tinder años después.

LGA.