Hay cosas que debería decirte todos los días, aunque las sepas, porque te mereces oírlas. Porque te mereces volver a aprenderlas.

Mi vida es mejor desde que estás en ella. Los lunes casi parecen miércoles si pudimos vernos el fin de semana o cuando tu mensaje de buenos días se adelanta a mi despertador. Y eso que me puse “Eye of the tiger” para empezar el día con energía pero hay personas que ganan hasta a los mejores acordes.

Tu abrazos se han convertido en mi hogar. Llueva, nieve o haga sol siempre me cobija, aún en las peores noches de insomnio siempre encuentro descanso en ellos. Aunque se te queden dormidos bajo mi peso.

Me inspiras. A ser mejor, a ser valiente pero sobre todo me inspiras a ser mucho más fuerte, casi tanto como tú y enfrentarme a los miedos que llaman a mi puerta en el mínimo descuido.

Brillas con la luz de las galaxias. Sin luces extras ni trucos baratos porque aunque no seas ni remotamente consciente de la luz que desprendes eres capaz de iluminar el centro de Madrid durante el peor apagón de la década. Y no lo digo yo, lo dicen tus amigos, tu familia y todos los que se quedan a tu lado porque saben reconocer tu brillante esencia.

Mereces más la pena que los kilos extra después de navidad. Porque la vida no siempre es fácil, hay que pelear, superar obstáculos y hasta decir adiós pero si te tengo a mi lado hasta las peores situaciones parecen tener solución.

Aprendo de ti cada minuto. Y sé que tú de mí porque eres de esas personas curiosas e inquietas que siempre hacen hueco en su cabeza para un nuevo dato con el que sorprenderme a la salida de una exposición o antes de quedarnos dormidos.

Me devuelves la infancia. Ya sea volviendo a montar en los columpios, recordando hazañas o llamando a un timbre y echando a correr por la calle para que deje de pensar en la bronca de mi jefe. Me contagias de vida cada vez que me recuerdas que las cosas simples son las más efectivas para hacer de un día normal uno épico, cargado de risas y nuevas aventuras.

Pero a veces me callo todo esto y lo sustituyo por un “te quiero”, cruzando los dedos para que entiendas que todo lo que encierran estas dos palabras son las cosas que debería repetirte cada día.