Os voy a contar algo,

No hemos conocido a las personas suficientes. No tenemos los labios secos, ni el corazón tan cansado como para decir que conocemos lo justo para no escuchar en bajito, como solo se pueden oír las historias más bonitas, y aprender en voz alta. Probablemente en lo que tardas de tu casa a la panadería te cruces con tres de diez personas que te puedan enseñar algo importante, pero claro no hay una razón para que te pares a hablar con ellas. Vuestro camino no se ha cruzado. Hace unos meses el mío se cruzó con una de esas amigas que podría protagonizar la película que se estrena mañana, esa a la que te cruzarías de camino a por el pan y te morirías por conocer tan solo un poquito. Porque desde el primer momento supe que tenía algo que contar.

Ella parecía cerrada a volver a enamorarse.

Aunque ya lo había hecho.

Escondía una historia bajo la sombra de ese «volver a empezar en otra ciudad.»

Como los grandes personajes vive en una casa diminuta, en el corazón de Madrid, suficiente para sus recuerdos. Cose durante casi todo el día los sueños que una vez intentaron robarle y escucha las letras de los que parecen conocerla tanto como casi me dejó hacerlo a mí. Lo que supe después es que ella conoció como a mí me gusta conocer, desde dentro, a un chico con el que se pasaba las noches hablando en unas simples escaleras. Supongo que ahora empiezas a saber que ellos no necesitaron besarse para saber que podrían enamorarse, aunque lo hicieron, y comenzó el cuento.

Aunque esta historia también parezca pequeña, no lo es.

Mientras hablaba pude ver en sus ojos que fue especial, que se enamoró por los detalles y poco a poco. Como se cuece la pasta para estar al punto. Pero mientras recordaba le cacé la tristeza de lo que no se puede recuperar, que llegó en forma de malentendido. La chica de los recuerdos infinitos iba a viajar con él, pero los antagonistas de todas las películas de terror a los que no daremos protagonismo, hicieron que no pudiese. Y que todo se redujese a las cenizas de la historia de amor que habían escrito. Que él creyese que no quería, y ella quisiese aún más, que ella esperase ver aparecer su sombra por la puerta y que sin embargo el silencio hiciese más ruido que nunca en esas escaleras vacías.

Imagina un corazón rompiéndose a la velocidad a la que olvida un pez. Unos segundos.

Acabó. Mientras me contaba el final de la historia, la tristeza desapareció, y vi algo distinto en sus ojos. Aunque el silencio duró todo lo que ellos no querían que durase, después de tiempo, siguieron viéndose. Aún lo hacen. Paseando por la playa de la ciudad de él, a la que ella sigue viajando. ¿Entonces no acabó? Supongo que hay historias que no acaban nunca, supongo que la chica que vive en un piso diminuto del centro de Madrid sigue queriendo de alguna forma al chico de las escaleras, supongo que cuando le mira se pregunta como sería volver a besarle, pero sé que ese silencio también les sigue matando.

Todo lo que ella me enseñó sobre el amor es que a veces con una persona es suficiente. Pero pocas pueden condenarnos a años en los que sintamos que tenemos los labios secos y el corazón empapado, que nadie encaja en esa casa de cuatro paredes en la que él durmió. Que vivimos en un mundo sin compromiso en el que no funcionan las segundas oportunidades y las despedidas hacen que la puerta de nuestra casa sea cada vez más pequeña, pero que solo podemos arrepentirnos de no haberlo arriesgado todo.

¿Y si todo lo que me contó a mí se lo hubiese contado a él?

¿Y si el escenario fuesen las escaleras de antes o la playa de ahora?

Si hubiesen roto el silencio quizás esta historia tendría un final distinto.

Con cariño,

Dani.