Aún no sé si fui muy valiente por irme o muy cobarde por haber tardado tanto tiempo en hacerlo. Al menos lo suficiente para hacerme tanto daño que tuvieron que pasar dos primaveras para volver a ver brotar de mi pecho todo aquello con lo que te había obsequiado. Es difícil hacer volver a crecer algo que has dado con las raíces incluidas. Pero no imposible porque al corazón le pasa como a las plantas, si les hablas con amor y les prestas atención volverán a latir.

Cuando te dije adiós ya no me quedaban palabras, se habían ido todas en ruegos y llamadas de atención que nunca obtuvieron respuesta. Sentía como si la voz me hubiese abandonado con las ilusiones que había puesto en nosotros. Pero aquí la Úrsula malvada había sido yo misma, obligando a callarme durante mucho tiempo y rezando en silencio que todo saliese bien. Estaba claro que el hecho de silenciar mis pensamientos y deseos para «no agobiarte» debería haberme alertado y acallado la voz interior que me empujaba a seguir adelante, aunque no viese a dónde me llevaba el camino.

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Cuando te dije adiós ni siquiera estabas. Llevabas ausente tanto tiempo que me había acostumbrado a racionar nuestros encuentros, sin apariciones por sorpresa, sin esforzarte en cuadrar agendas y cancelando planes, cancelándome a mí con ellos. Era yo la que siempre me esforzaba en mantenerte en mi presente sin querer ver que no había espacio para ti en mi futuro, al menos uno en el que yo contase.

Cuando te dije adiós mantuve la esperanza de que no fuese para siempre. Solo al principio, pero reconozco que esperé explicaciones que no llegaron y menos mal porque en los días posteriores hubiese dado por válida hasta tus más terribles excusas. Te eché tanto de menos que me habría conformado con la mitad de las migajas habituales. Menos mal que tu orgullo, el que tantas veces me había roto, hizo su aparición para mantenerme firme y compuesta ante mi decisión y ante ti, aunque solo fuese esa última vez.

Cuando te dije adiós marqué en el calendario el tercer peor día de mi vida. Dos años después recuperé esa nota y apunté encima lo que siempre había sabido. Que decir adiós es tener la valentía de afrontar lo que ya sabes. Y entonces recordé que me merecía amar y ser amada sin desigualdades más allá de nuestra estatura.

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