Muchas veces me he planteado si será verdad eso que dicen de que nuestras ideas romanticonas son por culpa de Disney. Sí, porque de pequeñas, algunas jugábamos a ser princesas mientras que ellos intentaban salvarnos del dragón que amenazaba nuestro castillo de arena. Ahora, la mayoría se ha convertido en dragones, de los que escupen fuego y se cargan de un plumazo todas las ilusiones de ese castillo que hemos creado en nuestra imaginación.

Todo esto sería fantástico si solamente fuese producto de una obra  de teatro, de un microcuento e inclusive de varios tweets. Pero no. Por desgracia, se torna en realidad muchas más veces de las que nos gustaría, dejándonos con una cara de pánfilas que no recordábamos poner desde que estábamos en preescolar y algún compañero nos quitaba las plastilinas. Esas y otras pocas eran nuestras mayores preocupaciones. Ahora, blindamos nuestro castillo con la esperanza de que no sea atacado en busca de venganza por haber subido a los castillos equivocados.

Pero esto que os vengo a contar no son cuentos. Esto ocurrió y ocurre de verdad. Y, mucho me temo, que seguirá pasando, porque así funcionan los des-quereres del Siglo XXI.

♥ Érase una vez una chica que ya no creía en cuentos, a quien los finales felices le sonaban a chino y que estaba acostumbrada a que, más que a ramos de rosas, la «obsequiasen» con campos inmensos de nabos. Llevaba casi siempre un antifaz, lo justo para ocultar sus mayores miedos, no fuese a aparecer de nuevo un dragón en su vida. Por eso, cuando ÉL apareció, sin grandes aspavientos ni movimientos de seductor nato, sino más en forma de perfil interesante de Instagram (sustituir por cualquier otra red social), bajó algún peldaño que otro de la escalera de caracol que se había construido. Y se dejó conquistar. Transcurrireron las primeras semanas, con intercambios de mensajes, muchos «buenos días», «buenas noches» y audios, muchos audios. Como todo no podía ser perfecto, cosa que ella ya había aprendido, él vivía a 461 kilómetros de ella. (¡Oh, no!). Así, pasaron unos meses, espaciando cada vez más los mensajes por falta de tiempo. Hasta que ella, armada de un valor extraño, decidió ir a verle. Le envió una captura de su billete y, tras la sorpresa inicial, el silencio. Un silencio total y absoluto que escondía un notición: había otra chica. Y después de eso, más silencio. Y un sentirse gilipollas por haber confiado y arriesgado por alguien intangible.

♥ Cuenta la leyenda que ella iba de flor en flor evitando los capullos, creyéndose la abeja reina y pensando que así nunca le volverían a hacer daño. Ella era sincera y clara. Tanto que, a veces, la malinterpretaban y pensaban que no podía aspirar a más. Por eso, no ofrecía volar con ella más allá de unas horas o, como mucho, unos días. Y no siempre de continuo. Hasta que apareció ÉL, en forma de ella. Eran un calco. Ambos dolidos aun por historias del pasado, ambos creyéndose sin necesidad del otro, ambos mintiéndose a sí mismos. Pasaron días, semanas, meses. Y seguían mirando en la misma dirección. Hasta que ella (o él) decidieron no encontrarse más y cada uno siguió visitando otras flores, tragándose las ganas y aparentando que no dolía.

 ♥ En un bar muy lejano, de cuyo nombre no quisieron acordarse, ellos se cruzaron. Un par de miradas, un «¿quieres una copa?«, unos besos, un intercambio de teléfonos, unas citas interminables, un «nuestra primera vez», más besos, más citas, un «te quiero», menos miedos, unas presentaciones a los amigos, unas escapadas de fin de semana para jugar a vivir juntos, más besos, más sexo, más meses, un «¿y si nos vamos a vivir juntos?«, una presentación a  los padres, un «ya tenemos casa«, años y más años, un «¿quieres casarte conmigo?«, unos nervios, algo de miedos, más sexo, menos besos, un mensaje inapropiado en el teléfono, un «tenemos que hablar«, una mudanza de casa, un desorden en el corazón, un «te echo de menos, vamos a intentarlo otra vez«, una estupidez, más desorden, otra persona, más mentiras, menos hablar, un post-it con un «lo siento, ya no te quiero».

♥ Había una vez unos completos desconocidos, aburridos de no encontrar lo que buscaban y otros sí tenían, que decidieron registrarse en Tinder y demás apps de ligue «por probar». A veces, se divertían mirando perfiles, en algunos casos podían establecer conversación; en otros, sólo practicaban sexting y, la mayor parte de las veces, se asqueaban por toparse con la misma rutina otra y otra vez. El consumismo del «en tu casa o en la mía». Seguían aburridos, eliminaban el perfil y, al poco tiempo, vuelta a empezar. Hasta que se encontraron. Match por aquí, match por allí. Largas conversaciones. Unas sonrisas intercaladas e intercambiadas.  Un «¿por qué no quedamos?«. Una quedada. Ella ( o él) que no aparece.

Ahora me ves, ahora no.

♥ Érase que se era, en cierto día y a cierta hora, una pareja paseando por un conocido parque de la capital (de cualquier ciudad) que ya llevaba varios meses juntos. Todo parecía de cuento (ja-ja-ja), se compenetraban, se entendían, se apoyaban el uno al otro y se dejaban el espacio que ambos necesitaban. Una auténtica y completa relación del Siglo XXI. Completa hasta que, en mitad del camino, apareció la ex pareja de él (o de ella). Sólo cruzaron sus miradas, pero fue suficiente para entrar en una espiral de dudas: ¿Más vale lo malo conocido que lo bueno por conocer? ¿Segundas partes nunca fueron buenas? ¿Es una señal de que debo ponerme en contacto con ella (o él)? Y así, pasaron un par de días, hasta que el contacto se hizo realidad no una, sino varias veces, hasta que finalmente él (o ella) decidió regresar a lo malo conocido.

Perdona, ¿qué?

Y colorín, colorado, se nos desconectó el amor de tanto haberlo malgastado. Porque así es como estamos permitiendo que nos quieran, poco y mal. Ahora, de mayores, jugamos a ser princesas que están de vuelta, porque realmente no necesitamos que nadie venga a salvarnos. Sólo pedimos que quieran jugar junto a nosotras, no con nosotras. Y eso, la mayoría de las veces se nos olvida. Nos merecemos menos des-quereres. No aspiremos a menos. O no podremos jugar más ni conocer otros castillos.

FIN. (De momento…)