Siempre hablamos de la batalla entre mente y corazón, como si la guerra no fuese a veces con uno mismo. Nos empeñamos en alejarnos del miedo, la decepción y la tristeza culpando a partes del cuerpo como si ellas fuesen las que ahora son incapaces de quedar con alguien sin querer salir corriendo. Venimos de un lugar llamado primer amor que no nos lo dijo ni tan fuerte, ni tal alto, ni tan bonito. Cargado de locuras, de polvos, de llamadas de madrugada, de abrazos egoístas, de no querer soltarnos, de imperfecciones e incomprensión.

Venimos de donde en la vida nos habríamos querido ir.

Con la maleta cargada de otras playas se supone que tenemos que volver a conocer, confiar, sonreír, comprender un juego que antes desconocíamos que terminaba en Off. Apagado o fuera de cobertura durante un tiempo donde no te apetece ni que te rocen, donde caminar es pesado y tú eres incapaz de, como otros, atarte los sentimientos a la espalda sin verlos de reojo y comprobar que están bien. Se supone que tenemos que olvidar, sin comparar, sin echar de menos, sin tener miedo a que nos vuelva a matar lo mismo.

A irnos de un lugar del que no nos queríamos ir.

Decía El Principito que es una locura odiar a todas las rosas solo porque una te pinchó. Supongamos que esto nos lo cuentan cuando ya no duele tanto, cuando somos tan nuestros que no es tan fácil que nos ilusionemos, cuando se pierde parte de la inocencia pero se gana una gran casa construida por rocas que nos protege y nos cuida. Pero de la que como Rapunzel, a veces también queremos que vengan a salvarnos, pero os voy a contar muy bajito que si eso ocurre no valen los cobardes. Tenemos que tirarnos desde el último piso. Gritar fuerte que preferimos correr a querer salir corriendo.

Nos culpamos, pensamos que no supimos hacerlo, que no era la persona o que no nos quisieron bien. Quizás algo de lo último, pero si tú quisiste entonces no creo que no supiéramos hacerlo. Ahora olvida las últimas citas que has tenido, no intentes ser quien no eres, no quieras agradar, no te encojas como en el lugar más grande del mundo. Siempre te puedes ir, yo te pago el taxi. Pero un día no querrás, un día solo será pasado pisado.

Un día seremos los que vienen de un lugar donde hemos estado todos. Donde si volvieses, quizás ya no querrías quedarte, en este nuevo sitio nadie tiene prisa porque te dejes querer. Somos torpes, incorrectos, miedosos, pero qué bonito es vernos queriendo huir del animal más depredador del universo. El amor no es una rosa que pincha, es una rosa que se marchita, pero no somos quién para despreciar y no admirar la vida de una rosa. Elegimos no vivir o aceptar que hacerlo conlleva la tristeza, también alegría, pero la tristeza del que conoce y se despide, cae y se levanta, besa y se aparta, termina y empieza. Porque aunque el recuerdo no se borra, cuando se calma, solo quieres correr. Ahora recuerdas que también hubo cosas buenas, que querer es querer y tú has querido, joder. Y, también, ahora aunque sigas teniendo miedo, aunque no sepamos si le gustamos, no nos atrevamos, tuerza la boca y no sabemos si es un beso u si mañana no nos querremos escribir. Quédate con esto.

Ya no quieres volver al lugar del que no te querías ir.

Daniel Ojeda