Amanece lentamente. Los primeros rayos del Sol se vislumbran en el horizonte a sabiendas que otro día arranca suavemente. Te miro y aún estás durmiendo, desnudo. Tu frescura mientras duermes me produce ternura. Hoy la mar está en calma y parece que será un día espléndido. No quiero que se acabe. Ha sido una noche larga, apacible, de esas que nos gustan. De las de dormir abrazados tras derramarnos el uno al otro. De las de desearnos tan intensamente que los colores de las pupilas se entremezclen y los latidos del corazón se acompasen. Te miro una vez más y es indescriptible lo que siento. La brisa me roza en la cara y el viento mueve mi pelo, mientas las olas mecen mi cuerpo desnudo despacio. Huele a salitre y a noche de locura. A ganas de volver a la cama improvisada en la cubierta y hacerte el amor lentamente mientras abres los ojos. No los abras… Despierta… Te veo…
No hace falta hablar. Lo decimos todo con los ojos. Alguna estrella queda aún en el cielo mirándonos. Puedo sentir el calor de tu cuerpo mientras me abrazas, te necesito para apaciguar el frío interno que me ha dejado el alba. El Sol no quiere salir, aún no es hora. Me cubres con tus brazos y tus manos me acarician lentamente. Te beso, como siempre. Me besas, como nunca. Miradas infinitas. Hoy no hay día que valga. El momento es ahora. El mar sigue en calma y el vaivén de las olas mece el calor que desprendemos. Ya somos uno. Un alma que se libera y se desenrosca, igual que la mañana. Puedo sentirte tan lento, tan profundo, tan extremo que casi no puedo ni hablar. No hace falta. Me miras y vuelo. Volamos. Quisiera parar el tiempo. Sigo besándote, acariciándote, tocándote, sintiéndote… Sigo, sigo, sigo… No puedo parar. Te amo. El Sol ya asoma, que nos vea bien. No puedo parar.
Te amo.