Yo nunca he sido una persona delgada; tampoco gorda. Mi talla siempre ha oscilado entre la 38 y la 44, según la época y las ganas de comer lechuga… O no. Algunas pensarán que no estoy gorda aunque yo siempre me he sentido así, con toda la inseguridad que me viene provocando desde la adolescencia. Siempre he sido la “gorda” de mi grupo de amigas y la que odiaba que algunas de mis amigas de 50 kilos desesperaran porque “le había salido una molla”. En fin… Problemas del primer mundo, como yo los llamo.

Pues eso, toda una vida llena de inseguridades que me ha afectado en todo, desde la vida sentimental hasta la profesional, hasta que conocí el RUGBY. Sí, habéis leído bien, rugby, y no, rugby no es fútbol americano, ni vamos con cascos y hombreras.

Este deporte me quitó todas las tonterías de un plumazo y me hizo sentir con más vida que nunca; para empezar, me sentía muy sana porque estaba haciendo deporte, y eso estaba por encima de cualquier talla que pudiese tener, yo estaba en forma y aguantaba mis entrenamientos y partidos de 80 minutos sin casi descansar. Por otra parte, el rugby necesitaba mi cuerpo. Os explico, un equipo de rugby se compone por un grupo muy variado de jugadores o jugadoras, y todos los cuerpos son necesarios: altos, bajos, delgados, gordos… Cada uno tiene una función diferente e imprescindible dentro del equipo, así que da igual como seas, en rugby siempre tendrás un lugar y que te llamen gorda es todo un honor que ya quisieran muchas. Somos las delanteras del equipo y ¡eso es divertidísimo!  Así, me di cuenta que mi cuerpo servía para algo más que para darme quebraderos de cabeza: yo era necesaria en el equipo, sin más. Aprendí a quererme y a estar orgullosa de mí misma. Me sentía invencible.

Os juro que el tiempo que he pasado jugando al rugby ha sido una de las mejores etapas de mi vida y en las que menos me ha preocupado mi cuerpo. Además, he tenido momentos inolvidables, he conocido a gente de todo el país, hay un buenrrollismo que hasta ahora no he encontrado en ningún otro deporte y, teniendo en cuenta que la bebida preferida es la cerveza y se toma después de cada partido junto con el equipo contrincante, ¡es sin duda el mejor deporte del mundo!

Os animo a todas y a todos a informaros y a probarlo, seáis como seáis o tengáis la edad que tengáis. No os preocupéis por no conocer las reglas del juego porque ¡eso se aprende jugando! Este deporte siempre tiene las puertas abiertas para todo el mundo y hay equipos en más ciudades de las que pensáis. No os vais a arrepentir, I promise!

Sed felices y quereros por encima de todas las cosas.

Mari Ángeles Benítez