Veranos en la infancia. Ese momento para relajarte después de haberte pasado todo el curso estudiando, haciendo actividades extraescolares y contando los días para las vacaciones. Para mí, NO. Desde que recuerdo, mi madre me tenía toda la mañana haciendo deberes, cuadernillos Rubio, practicando el piano y aprendiendo inglés con Muzzy (una colección de vídeos, libros y juegos) hasta que abrían la piscina. Mientras todos los niños veían la televisión, yo tenía que ponerme a estudiar. GRACIAS MAMÁ.

Muzzy me despertó el gusanillo del Inglés pero, y esto lo digo ahora, fue más que nada porque en esa época los veranos eran una puta mierda y por mi falta de paciencia. La cosa consistía en ver un vídeo (que era un capítulo con una historia tipo serie) muchas, muchas, muchas veces, hasta que me lo sabía de memoria y, solo entonces, pasar al siguiente. Como comprenderéis, era imposible terminar toda la temporada, por otro lado interesantísima a esa edad, en un verano. ¿Y por qué me ayudó tanto esto como para contaros este rollo?

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Fastforward al futuro. Año 2015. Me quedo sin trabajo y decido ponerme a hacer algo de ejercicio, porque, claro, no puede uno no hacer NADA con tanto tiempo libre. Intento lo de correr y fracaso estrepitosamente. Así que decido probar con el Yoga y, buscando por ahí, encuentro un canal en YouTube: Yoga with Adriene, que tiene un porrón de vídeos.

Empiezo con el de iniciación. Todo bien. Al día siguiente, decido hacer otro más difícil (porque yo me creo así de guay, que voy a ser capaz); y me doy cuenta de que no solo no soy capaz sino de que estoy al borde de abandonarlo porque ya me he frustrado.

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Mirella, ¿Y si te ves el mismo vídeo de iniciación al yoga todos los días durante una semana y luego pasas al siguiente? HOLI.

Y es lo que hice. Resulta que, aunque me aburría soberanamente haciendo lo mismo todos los días, al cuarto día, esa secuencia ya no me cansaba y me sentía mucho más preparada para nuevos retos.

La semana siguiente cambié de vídeo y empecé a avanzar. Y así, cada semana con uno.

Después de un mes, no solo estaba orgullosa de mi paciencia #pride sino que fui notando los avances. Lo que al principio parece imposible, poco a poco, se convierte en realidad. La flexibilidad mejora y, lo más importante, mi habilidad para respirar también.

Resulta que el Yoga (o el Pilates) es complejo al principio pero, si sabes dedicarle tu tiempo y paciencia, los resultados son increíbles en muchos niveles. ¿Quién me iba a decir a mí que sería capaz de hacer una flexión? Ahora resulta que puedo. Y así, en general, con la mayoría de posturas.

Sí, he muerto a diario de agujetas infernales, pero una hora al día la tiene cualquiera, de modo que ya no lo puedo dejar.

Así que, si no tienes tiempo o dinero para el gym y te apetece probar con el yoga, siempre puedes buscar clases online. Si sabes inglés, te recomiendo las de Adriene, porque se explica de maravilla y te ayuda a comprender que, más allá de la postura perfecta, tienes que encontrar lo que te sienta bien.

Find what feels good. Supongo que se aplica a todos los deportes pero este, además, ayuda con la ansiedad (creedme).

Así que os invito a probarlo. Solo necesitáis internet y una esterilla de yoga que, por cierto, venden en Primark por 5 – 6 €.