Llevo un tiempo buscando una nueva afición, a poder ser de esas que te sacan de casa y te obligan a conocer a gente, relacionarte y hablar. Llamadme loca, pero creo que mi relación con Netflix se estaba poniendo muy intensa y algo dependiente.

Así que me puse a mirar dentro de la oferta que había en mi ciudad de cursos, ciclos y demás a ver qué me llamaba la atención. De repente, me encuentro con uno que se llama “Investigación corporal”. Sí, a mí también me sonó muy porno, por eso llamé. Y resultaba que la tarde de puertas abiertas era justo ese día. Vamos, que parece que me estuvieran esperando.

Llegué muerta de miedo. No soy lo que se dice una persona extrovertida, y si a eso le sumas que no tenía muy claro qué se suponía que teníamos que hacer allí, estuve mirando al suelo hasta que el profesor se decidió a comenzar la clase.

En teoría, lo que íbamos a hacer allí era “reconectarnos con nuestro cuerpo” a través de una serie de ejercicios y juegos. Para mis adentros pensé “señor, qué estupidez más grande, pero ya no me puedo ir”. Y menos mal que me quedé.

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En resumidas cuentas, de lo que se trata es de que te muevas como te dé la gana por el espacio de la clase. A veces el profesor sugiere ejercicios graciosetes para que liberemos tensión, y otros para que nuestros cuerpos vayan sintiendo el contacto de los otros cuerpos de una manera distinta.

Parece fácil y divertido, pero ya os digo yo que no lo es, al menos al principio. Pensadlo, ¿cuántas veces os habéis movido libres de verdad? Sin pensad en si en esa postura se os ve mucha barriga, o si estáis rectas, si quedará bonito el cómo me muevo. O peor, ¿cuántas veces habéis rellenado el espacio como os ha dado la gana? No se si a vosotras también os pasa, pero yo desde pequeñita he intentado ocupar lo mínimo posible, no vaya a ser que mi cuerpo le moleste a alguien. Y ahora llegan y te dicen que te muevas libremente ¿están locos?, ¿no saben que soy una mujer, y que eso para nosotras está prohibido a nivel social?, ¿no se dan cuenta que mis dimensiones son mayores que las que marca el canon, y puede ser que le dé un barrigazo a un compañero y lo deje tonto?

La primera clase fue horrible, me sentía un palo de escoba incapaz de doblarse, moverse con fluidez o ser mínimamente natural. Veía a mis compañeros y pensaba “qué bien lo hacen, y qué mal lo hago yo”. Hasta en los ejercicios en el suelo con los ojos cerrados estaba tensa.

Cuando termina la clase, tenemos unos minutos para compartir nuestras experiencias con los compañeros. Cual fue mi sorpresa al ver que todos nos habíamos sentido igual. Que todos sentíamos que nos habíamos movido con la gracilidad de un saco de patatas y que estábamos haciendo el ridículo. Esas mismas personas a las que yo había envidiado durante toda la clase.

YO
YO

Nos os voy a engañar, a pesar de que me lo paso muy bien y que estoy aprendiendo a conectar con mi cuerpo de nuevo, cada vez que llega el día de ir me tengo prácticamente que llevar por la fuerza. No se ha ido esa primera sensación de ser un bloque de hormigón armado. No se ha ido la constante comparación con los demás y la vocecilla dichosa de “eres tú la que lo hace mal”. Pero sí que he perdido el miedo al ridículo, el miedo al movimiento, el miedo a dejarme sentir libremente.

Y sólo por eso merece la pena.

Patricia Olmo Ruiz