En esta vida, la información es poder y después de muchos años de experiencia, he llegado a la conclusión de que nunca se sabe lo suficiente. Desde pequeños, deberían enseñarnos, al menos, unas nociones básicas para afrontar lo que nos va a deparar la vida y así sabernos defender medianamente: Tener un mínimo conocimientos de derecho, economía o nutrición, lo veo indispensable (entre otras cosas). Y es de esto último, de lo que os hablo en el post de hoy, ya no tanto de nutrición, sino de un campo que a todos nos influye y ante el que estamos bastante desamparados: la lectura de las etiquetas y sobre todo, como saber si la marca nos está engañando.

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Durante años, me he estado fiando de lo que las marcas me decían que estaba comprando. Productos etiquetados como “light”, “bajo en grasa”, “integral” o “sin azúcar” han llenado durante años mi nevera, haciéndome perder mi tiempo, mi dinero y sobre todo, mi salud.

Ha tenido que ser gracias a la entrada de un nutricionista en casa, cuando he aprendido a comer. Y sobre todo, a darme cuenta de lo ignorante que he sido durante mucho tiempo y lo engañada que he estado. Porque a los 13 años, ves que unos cereales de desayuno (que tienen como logo una cinta métrica) los vende una modelo fitness maravillosa, pues claro, tú piensas que eso es mejor que los demás productos. Y que dentro de tu alimentación sana, tienen cabida.

Luego a los 30 descubres que esos malditos cereales estaban saturados de azúcar refinado, de grasas de dudosa procedencia y te coges un cabreo monumental. Y así con todo. Porque cuando tú vas a comprar unos guisantes, no se te pasa por la cabeza que alguien les haya puesto azúcar o que un pan que pone “integral”, sea de todo menos integral.

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Y es por eso, por lo que veo muy necesario un post en el que al menos, haya un mínimo de pautas a tener en cuenta a la hora de comprar algo y que no te den gato por liebre. Porque si hay una cosa que jamás hay que hacer, es fiarse del envase. Jamás. Siempre hay que mirar la letra pequeña y en el caso de no haberla, os recomiendo no comprar.

Así que en el post de hoy, os doy una serie de pautas fundamentales para que seáis vosotros los que elijáis qué le dais a vuestro cuerpo. Podría meterme en faena y hacer un post interminable hablando de sodio, alergenos o aditivos. Pero como ya he dicho, esto es una guía BASICA y no quiero que os desmayéis.

 

Así que allá vamos con lo más importante a nivel usuario:

  • El azúcar: Con el azúcar “naturalmente no presente” en los alimentos que compro tengo una relación de odio absoluto. No puedo soportar que algo que estoy comprando y que en su naturaleza no lleva azúcar ¿por qué en la etiqueta me la encuentro casi siempre?

¿Qué debemos mirar? Hay que intentar que en el apartado en el que dice eso de: Hidratos de carbono, de los cuales azúcares «bla, bla bla», esa cifra sea inferior a 5 gramos (si eres muy estricto, menos de 3) por cada 100 gramos de producto. A ver, lo ideal sería encontrar el que no lleve nada de azúcar añadido, pero en el mundo real y a menos que vayas comprando de aquí y de allí y currándote mucho la compra, es muy difícil encontrarlo.

Ejemplo: el tomate frito, el kétchup, la mostaza, los cereales de desayuno, los guisantes en conserva, los yogures desnatados, el pan… Podría hacer una lista INFINITA de los productos que compramos que nos venden con eso de “light”, porque muchos van cargaditos de azúcar.

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(WTF)

 

  • Los ingredientes: Parece algo obvio pero no lo es y hay mucha gente que hasta que no está aburrida en la mesa y coge el envase para entretenerse, no se da cuenta de que eso tan sano que se está comiendo, lleva de todo menos lo que se supone que tiene que llevar.

¿Qué debemos mirar? El primer ingrediente que te nombre la descripción, será el ingrediente principal del producto. En teoría (y digo en teoría) debe ir acompañado del porcentaje (si es menor del 75%, timo fijo), pero se lo suelen pasar por el forro. Luego a ese ingrediente, le siguen el resto de componentes del alimento en cuestión, de mayor a menor presencia.

Ejemplo: Con el pan integral hay que tener mucha vista. Principalmente, porque ahora todo el mundo llama pan integral a cualquier cosa. Y no. La mayoría son panes con harina blanca de toda la vida, con una cantidad irrisoria de harina integral, que simplemente, ayuda a darle el color oscuro PERO NO POR ESO ES PAN INTEGRAL. Pasa lo mismo con el pan de centeno, muchas veces, es simplemente una mezcla a la que añaden un poco de harina de centeno y se quedan tan contentos. Y tú pagando 3 euros por esa mierda con envase bonito.

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(Vamos a ponerle salvado que así da más el pego)

 

  • La grasa: Doy por hecho que sabéis que los lípidos son necesarios para el buen funcionamiento de nuestro cuerpo, y que básicamente, podemos agruparlas en dos categorías: las buenas (insaturadas) presentes en el aguacate, los frutos secos, el aceite de oliva o el pescado azul; y las malas (saturadas), presentes en la bollería industrial, casquería, carne animal, aceites de palma o los lácteos. Por lo que son estas últimas las que debemos reducir drásticamente.

 

¿Qué debemos mirar? Yo aquí tengo una norma básica. Cuanta menos proporción por cada 100 gramos, mejor. Aquí hay que ser radical, si podemos librarnos de las grasas saturadas al completo, sería éxito total.

 

Ejemplo: Para que os hagáis una idea de lo que se considera un valor óptimo en este apartado. El queso batido 0% que yo tomo a diario, lleva 0,1 gramos de grasa saturada por cada 100 gramos de producto. En cambio, miramos la etiqueta de Philadephia light, y tiene, nada más y nada menos que 11,5 gramos por cada 100 gramos. UNA BARBARIDAD.

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