Dieta, esa gran amiga. ¿Amiga? ¡Y UNOS HUEVOS! Se supone que tenemos que tener “fuerza de voluntad” y claaaaaro que la tenemos… pero ¡cómo cuesta! (¡ojo, lo digo por experiencia propia, aquí una que ha probado la de la piña, la papaya, el kiwi, la manzana… y sigue diciendo frutas!). Pero que no, que, aunque empecemos, a las 2 semanas, qué digo, a los 2 días ya tenemos esa vocecita que nos dice:

  • “Mira que magdalena tan rica ha hecho tu madre… ¿no la irás a dejar ahí?”

¿Por qué nos pasa esto? ¿Por vagas? ¿Porque tenemos una manada de gremlins dentro a los que tenemos que alimentar? Pues no chicas, por varias cosas:

  • Nuestro cuerpo quiere sobrevivir: uy si, la supervivencia. En lo más profundo de nuestro cerebro él sabe que la comida es clave para nuestra supervivencia y que eso representa la seguridad.  O ya me dirás tú que cuando tienes hambre como alguien te toque el filete no le muerdes un brazo pues eso. 
  • Nos da placer: la comida nos atrae, y eso es un hecho. Debido a nuestro cerebro de mamíferos buscamos vías de recompensa y la comida puede significar mucho más a la hora de paliar otro tipo de necesidades (¡ay amiga, la manta, el bote de helado, la tele y yo solo puede conducir a la felicidad y eso lo sabe todo el mundo…!). Además, se ha comprobado que cuando perdemos relaciones sociales los alimentos acaban cumpliendo una función similar (lo mismito tu amigo Pepe que la pata de jamón de la cocina…). Y entonces es cuando parece que “comer nos calma”, nos regula el sistema nervioso.
  • Tratamos de planificar: siempre tratamos de planificar todo. Normalmente cuando empezamos una dieta suele ser en una época de tranquilidad (o cuando tenemos la bolsa de fritos en la mano y soltamos un “¡se acabó, es la última!”). Pero cuando nos estresamos nuestro cerebro se va literalmente a la mierda y se acabó pensar con “cabeza”. Aquí ya solo entra en juego la búsqueda de la seguridad, véase alimentar a esa manada de gremlins que se mueren dentro de ti.

Pero vamos mujer… ¡no desesperes! Piensa que el cerebro puede cambiarse. Busca horarios, rutinas, alimentos que te motiven, un compañero de sufrim… quiero decir de hábitos.

Y sino, siempre te quedará ponerle nombre a las maravillosas criaturas que tienes dentro de ti. Las mías se llaman Chip y Chop.

Irene RP.