Si me he decidido a escribir este artículo es porque, pensándolo bien, mi vida hubiera cambiado mucho si hubiese leído algo como esto hace unos años. Si con estas palabras puedo ayudar a alguna chica, aunque sea a una sola, a no tener que pasar por el calvario que yo he sufrido, me daré por satisfecha.

Eres casi una adolescente que está dejando atrás la niñez y estás en tus primeros meses con la regla. Tus amigas más experimentadas te introducen en el extraño mundo de los tampones. Tú lo intentas, pero ese estúpido tubito blanco simplemente se niega a entrar. Duele demasiado, parece que estás intentando atravesar una pared de carne que no va a dar de sí. Le restas importancia: algún día podrás hacerlo, te dices. Poco a poco, vas presenciando cómo todas tus amigas los usan sin problemas mientras que tú te vas convirtiendo en una experta en poner excusas cuando tu menstruación coincide con alguna tarde en grupo en la playa o la piscina.

Pero los años pasan y la pared infranqueable sigue sin querer abrirse. Tú lo ocultas, pues te da vergüenza estar tardando tanto en conseguir hacer algo que para todas las demás fue tan sencillo. Sigues repitiéndote a ti misma que todo pasará, que con el tiempo acabarás perdiendo la virginidad, y con ella ese miedo irracional a introducir elementos externos en tu cuerpo. Entonces, algunas de tus amigas empiezan a contar emocionadas que han mantenido sus primeras relaciones sexuales. El mundo del sexo comienza a llegar a vuestras vidas y tú te mueres por formar parte de él. Conoces a un chico que hace que te derritas y no hay nada que te apetezca más que hacer el amor con él, follar de mil maneras y disfrutar juntos hasta la extenuación.

Pero esa pared infranqueable no te deja. Tu cuerpo se niega en redondo a ceder y tu vagina no parece dispuesta a dejarte hacer algo que tú deseas con toda tu alma.

Es probable que la ansiedad y la frustración empiecen a dejar huella en ti. Que te muerda por dentro el miedo a que no logres superar esto, que nunca consigas disfrutar de tu cuerpo como el resto de mujeres. Sobre todo, te aterra darte cuenta que ese miedo hace que tu cuerpo se cierre cada vez más. Vas al ginecólogo y compruebas que no hay ninguna anomalía física que te impida introducir nada dentro de ti. “Solo intenta relajarte”, te dice un ginecólogo tras otro, pero tú no puedes. Si no hay ninguna barrera física en tu vagina significa que el problema está en tu mente. Y lo peor es que no recuerdas haber sufrido ningún trauma relacionado con tu sexualidad, no encuentras ningún motivo por el que esta tara te esté martirizando. Y acarreas esta agonía durante años, avergonzada, con miedo a contarlo, a reconocer que sigues sin poder usar tampones, sin poder tener sexo con penetración, sin poder hacerte en la vida un reconocimiento vaginal interno.

Pero, amiga, te aseguro que puedes ponerle fin a este sufrimiento. Todo comienza por localizar el problema y ponerle un nombre. Y ese nombre es vaginismo.

El vaginismo consiste, ni más ni menos, en la contracción involuntaria de los músculos que rodean la vagina. Aunque tú desees relajarte e introducir algo en ella, básicamente se cierra en banda e impide el paso. Esto puede deberse a muy diferentes motivos: traumas sexuales (como violaciones o abusos), miedo al dolor, otras causas psicológicas… Es posible también que no haya ningún motivo psicológico concreto o que el vaginismo se desarrolle después de haber mantenido ya relaciones sexuales (a veces sucede después de un parto, de algún trauma, de relaciones sexuales dolorosas o desagradables… hay mil razones por las que se puede desarrollar).

Y te diré dos cosas más. La primera es que no es un problema tan raro como pueda parecer. Seguro que alguna de las chicas que conoces lo padece también, pero una tiende a sentir vergüenza a la hora de admitirlo y suele mentir para encubrirlo. La segunda es que el vaginismo se supera. Sé que parece imposible ahora mismo, pero se puede: la tasa de superación ronda el 100%, así que manos a la obra.

Todo se basa en perderle ese miedo, ese respeto a tu propia vagina. Puede sonar estúpido, incluso es posible que estés pensando “¡Pero si el sexo nunca ha sido un tabú para mí!”, pero te aseguro que dentro de ti hay más miedo del que tú misma creerías.

Así que empieza a perderlo: tócate. Así tal cual te lo digo. Sin miedo, sin vergüenza, cuando estés sola, cómoda y relajada y sepas que nadie va a interrumpirte. Estimúlate, explora tu entrada vaginal, hazlo todos los días, pero sin prisa, sin agobios. Hazlo hasta que te encuentres tan relajada que hasta lo encuentres placentero. Poco a poco, es posible que puedas empezar a introducir tus propios dedos. Si ves que no puedes,  lo mejor es que te pongas en manos de un especialista.

Sé que es frustrante, pero hay muchos ginecólogos que todavía no conocen el problema del vaginismo, que no sabrán indicarte cómo superarlo (son los típicos que te dicen “simplemente, relájate”… ¡como si fuera tan fácil!). Pero no te vengas abajo: si ves que la palabra “vaginismo” no le dice nada, cambia de ginecólogo o, directamente, ve a un sexólogo, pues están acostumbrados a tratar con estos problemas y serán una apuesta segura. Sé que da palo, así que te ayudará compartir tu problema con alguien. Elige a alguien con quien te sientas a gusto y tengas confianza: seguro que tienes alguna amiga más cercana que te escucha y accede a acompañarte y ayudarte, o puedes pedírselo a tu pareja. El especialista te ayudará a resolver ese conflicto mental que te impide relajarte a la hora del coito y sabrá guiarte mediante ejercicios y rutinas hasta que logres superarlo.

Y ahora voy a hacer algo que tal vez no debería: dar consejos a las que, como yo, rehúsen acudir a un especialista por A o por B (en mi caso es porque soy una cabezota un poco tonta con el tema de los médicos). Si realmente no tienes ningún tipo de trauma, desinformación sexual o miedo al sexo en general que requiera una ayuda psicológica (repito: es un poco arriesgado autoproclamarte sana mentalmente y no deberíais seguir mi ejemplo. Pero aun así, os lo sigo contando), es posible superar el vaginismo sin acudir a un sexólogo. Yo lo hice.

Primero, comencé poniendo en práctica los ejercicios de kegel. En esta web hay un artículo en el que se explican muy bien. En paralelo, como ya os he dicho, comencé a estimular la zona externa de mi vagina cada día hasta que la ansiedad fue desapareciendo a causa de la costumbre. Luego, poco a poco, comencé a introducir mis dedos. Empecé por el más pequeño, muy poco a poco, deteniéndome cuando veía que dolía mucho. Por encima de todo, este proceso no debe ser doloroso: si lo fuera, sería contraproducente. Al final, conseguí introducir un dedo completo sin dolor. Mi siguiente paso fue usar uno de esos temidos tampones. Para facilitarlo, compré un lubricante vaginal y seguí el mismo proceso. Tardé semanas, pero os aseguro que el subidón que me entró cuando logré por fin ponerme uno fue enorme.dilatadores

Luego, empecé a intentarlo con dos dedos simultáneos. Repito: sin ninguna prisa, siempre sin dolor y poniendo en práctica los ejercicios de kegel. Cuando los dos dedos se me hicieron más fáciles, mi siguiente paso fue hacerme con un set de dilatadores vaginales. No te asustes por ese nombre tan feo: se trata de una serie de “tubitos” de un material blando y suave (normalmente silicona) que van de menor a mayor tamaño, para que vayas usándolos progresivamente y que la entrada de tu vagina vaya aprendiendo a abrirse y relajarse. El más pequeño tiene el tamaño de un meñique y el más grande suele tener un tamaño semejante a un pene medianito. Como a mí me daba bastante palo ir preguntando por los sex-shops, lo compré por internet. Pueden ser un poco caros, pero piénsalo: es una inversión en salud sexual para toda la vida.

Con los dilatadores en mi poder y un buen lubricante, el resto fue  ir progresando de menor a mayor: introduciéndolos, probando a mantenerlos dentro un tiempo, a girarlos, a meterlos y sacarlos, e incluso a correrme con ellos cuando la cosa se caldeaba (al fin y al cabo uno de los mayores objetivos de todo esto es disfrutar, ¿verdad?). Cuando llegué al dilatador más grande y pude usarlo sin problemas, supe que ya estaba lista para intentar tener relaciones sexuales con penetración.

Cuando llegas a este punto, si tienes pareja, algo que te ayuda mucho es recorrer el mismo camino que has hecho tú sola, pero con su ayuda. Hacedlo juntos: que introduzca él dentro de ti el dilatador pequeño y, cuando os sea fácil, pasad al siguiente. Jugad juntos, experimentad. Al final, acabaréis por poder hacer el amor con penetración. Te aseguro que sí.

Os he contado mi experiencia, pero está claro que no hay dos cuerpos iguales. Se trata de tus propios miedos, de tus propias barreras y de tu propio camino hasta lograr superar el vaginismo. Aunque te he dado algunos consejos, eres tú la que tiene que lanzarse y probar qué estrategia funciona mejor contigo. Lo único que necesitas es prometerte a ti misma constancia y que no te rendirás a mitad de camino.

Porque somos muchas las que conocemos el vaginismo de cerca y no es algo de lo que avergonzarse. Porque la meta está ahí mismo, más cerca de lo que piensas.

Firmado: Doña Ex-vagina-cerrada