Mi madre lleva toda la vida diciéndome que no ponga el carro antes que las vacas.

Pero es que yo soy así, no es que ponga el carro antes que las vacas, es que a veces, cuando lo pongo, las vacas aún no han nacido.

Imaginaos la de paranoias y movidas que pude recrear en mi mente desde que supe que estaba embarazada hasta que di a luz.

La verdad es que resulta agotador ser así, pero ni desde el pleno conocimiento de que en el 90 % de los casos mis elucubraciones son erróneas — por no decir directamente disparatadas — consigo controlarlo.

Ahora que han pasado años desde mi estreno en la maternidad me doy cuenta de que hay un montón de cosas que me daban miedo antes de ser madre y que luego no fueron para tanto:

 

  • La fragilidad de los bebés. Temía no saber manipular con seguridad al bebé. Son tan pequeñitos, blanditos y delicados… En cuanto tuve a mi niño encima supe que no iba a ser tan difícil y, aunque el primer cambio de ropita me dejó con taquicardia y una contractura, no tardé en confiar en mi capacidad para manipular ese cuerpecito tan mono.

 

  • ¿Y si no me entero? Me daba cosa dormirme y no enterarme si se despertaba. Lo pienso y me parto de la risa yo sola. Jajajajajajajaja. Que no me iba a enterar… jajajajajaja. ¿Y si llora y no le escucho? Jajajajajajajaja. Ese miedo despareció antes de que nos fuésemos del hospital.

  • ¿Y si no me quiere? Pensaba que cabía la posibilidad de que mi pequerrechín no me quisiera. No digo de recién nacido, que un bebé de semanas probablemente no posea siquiera la capacidad de amar. Me aterraba la idea de que al ir creciendo y manifestando sentimientos, no mostrase amor hacia mí. Ahora sé que el instinto, necesidad y dependencia de las primeras etapas, se va transformando poco a poco en el amor más bonito que me han profesado jamás.

 

  • ¿Y si no le quiero? Este es un tema espinoso. Hay mujeres que mueren de amor desde las primeras pataditas. Hay mujeres que, por más que lo intenten, no sienten nada cuando nace su bebé. Y ambas son reacciones normales y comunes. Yo sentí que le quería más que a nada ni nadie desde que le vi aquella carita sucia y arrugada, pero una amiga que dio a luz en la misma época tardó muchos meses en sentir ese amor apabullante que yo le describía desde el minuto uno. Lo que tengo claro es que ninguna de las dos quiere más a sus hijos que la otra.

 

  • Morir de sueño. Yo es que soy muy dormilona. Muchísimo. Bueno, lo era. Escuchaba a otras madres y padres hablar de los continuos despertares nocturnos, del cansancio que arrastraban y yo sentía que no iba a ser capaz de sobrellevarlo. Pensaba que me caería por las esquinas y que no podría atender correctamente a mi hijo. Cuando me tocó no tuve tiempo de pensar en ello. Sobreviví y sin incidencias. Por supuesto que estaba cansada, agotada y muuuuuy falta de sueño, pero el cuerpo se acostumbra a todo y dormir está sobrevalorado…

  • El manual de instrucciones. Pues resulta que nadie ha escrito un buen manual de instrucciones de bebés ¿Por qué, zeñó, por qué? No me vale eso de que cada niño es un mundo, eso son excusas baratas. Y es que no solo no hay un libro con indicaciones claras y precisas a seguir, es que encima, si te documentas por ahí no recibirás más que instrucciones contradictorias. Dale a demanda, dale cada tres horas. Ponlo de lado, ponlo de espaldas. Dale cereales, ni se te ocurra darle cerales… Menos mal que tu instinto toma el mando cuando te conviertes en madre y te pone a andar. Tuve mil dudas, hice muchas preguntas y busqué ayuda cientos de veces, pero el miedo nunca me paralizó. El paquete básico Madre.01 que te instala de serie la naturaleza es más que suficiente para ir tirando.

 

  • ¿Seguiré siendo yo? Puede parecer estúpido, soy consciente, sin embargo, a mí me agobiaba un montón la idea de que la maternidad cambiase los cimientos de mi personalidad. No sé ni explicar bien qué era lo que pensaba que podría pasar. Fuera lo que fuese, con el tiempo me di cuenta de que no, en lo esencial nada ha cambiado. Quiero decir, sí cambié en muchos aspectos, pero nada alteró mi esencia. He modificado algunos hábitos, algunos comportamientos y me he llevado unos cuantos zascas de la vida. Pero sigo siendo yo.

 

  • La alimentación. Quería darle pecho, aunque no me disgustaba la idea de pasar a la leche de fórmula si finalmente no era posible. No obstante, mi miedo iba más allá de esos primeros meses en los que los bebés se alimentan solo de leche, materna o no. Recuerdo que en el hospital me entregaron un folio impreso por las dos caras con ciertas pautas de alimentación a seguir desde el nacimiento hasta los dos años. La tuve colgada en la puerta de la nevera y la consulté más a menudo de lo que quisiera admitir. Me aterraba darle de comer algo prohibido o antes de tiempo y causarle un daño irreparable. No estoy segura de en qué momento perdí el miedo y dejé de seguir a rajatabla la listita de marras, pero lo cierto es que era un temor con muy poco fundamento. Hay que ser muy cafre, temeraria y carente de sentido común para hacerlo tan mal como temía antes de verme en situación.

  • ¿Tendré tiempo para mí? Eeeeehh… A ver, cari ¿cómo te lo digo? No. Claro que no iba a tener tiempo para mí ¡eso lo sabe todo el mundo! Y como lo sabía temía no llevarlo bien. Pensaba que me iba a frustrar por no poder seguir leyendo uno o dos libros a la semana, por no poder ir al cine todos los viernes, salir con mi pareja en las bicis por la mañana y no regresar hasta la noche, etcétera. Al final no fue para tanto. Por un lado porque mis prioridades dieron un vuelco importante, y por otro porque esta situación no dura eternamente. A medida que los niños van creciendo, el tiempo disponible para ti también va aumentando.

 

  • ¿Y si me arrepiento? Este era el Rey de los Miedos. Tanto por su relevancia como por la imposibilidad de deshacer las cosas si esto llegaba a ocurrir. Creo que soy sincera si afirmo que nunca me he arrepentido, al menos no lo he hecho en el sentido más estricto de la palabra. No me arrepiento de haber tenido hijos, pero sí reconozco que me he cagado en todo lo cagable en incontables ocasiones. Adoro a mis hijos, adoro ser madre, pero, por lo menos para mí, la maternidad es un viaje en una montaña rusa de la que no te puedes apear.

 

En definitiva, aunque me cueste aplicarlo, menos temer y más vivir y disfrutar de esos pequeños bajitos que nos vuelven locos.

 

Imagen de portada de Barbara Ribeiro en Pexels