¡Vuelven las bodas!

Qué bien, ¿eh?

Al fin parece que vamos recuperando poco a poco la vieja normalidad.

Tengo a mi hermana loca perdida porque lleva más de un año posponiendo su bodorrio y porque, aunque parece que la nueva fecha será la definitiva, con el baile de restricciones no sabe si va a poder contar en su gran día con la asistencia de todos y cada uno de sus amigos.

La mujer tiene más que asumido que se va a casar con mascarilla, que las mesas no van a poder ser muy grandes y que igual la fiesta no se alarga demasiado. Pero lo que peor lleva es lo de tener que dejar gente fuera del evento. Vive calculando porcentajes de aforo y probando combinaciones que le permitan incluir al mayor número de coleguis posible.

Ya ha tenido varios pollos con nuestros padres y con sus suegros por insinuar que con la tía X ya no tenemos mucha relación, o que igual no hay por qué invitar a los primos fulano y mengano…

Lo que sea por ganar sillas para la pandilla.

De verdad que la escucho contarme sus ‘problemas’ al respecto y me cuesta mantener mis pensamientos dentro de la cabeza.

Jová, que a mi boda no vino ningún amigo y no me he muerto.

Vale que somos muy diferentes (radicalmente diferentes), pero con eso y todo, madre mía, se le está yendo mucho la pinza con su ideal de boda de película estadounidense. Tiene unas expectativas tan altas en cuanto al papel que representan sus amigos en el evento que temo que se lleve una buena hostia cuando todo pase.

Tiene mogollón de sorpresas preparadas para ellos. Que si el ramo para su best friend forever, que si una miniequipación del Barça para la pareja que está a punto de tener un niño, que si las ligas para las solteras, que si los detalles del photocall… Buf, un montón de movidas que le están quitando una pasta y un tiempo preciosos. Y lo que es peor, se ha formado una idea muy definida de las sorpresas que le esperan a ellos durante la fiesta.

A mí me da una pereza supina solo escucharla… No obstante, me esfuerzo en disimular y trato de ayudarle en lo que puedo (y me deja) porque la quiero de aquí a Plutón.

Y es que yo no tuve ni la mitad de trabajo en ese sentido. Será por eso por lo que se me hace tan difícil comprender su ilusión.

Ni mi marido ni yo somos tan sociables como mi hermana y su novio, sino más bien al contrario. Ambos somos bastante tímidos, reservados y solitarios. Tampoco es que seamos unos ñus (al menos no todo el tiempo), pero nuestras amistades se cuentan con los dedos de una mano.

Cuando hicimos nuestra primera lista de invitados nos dimos cuenta, además, de que nuestros amigos no se conocían entre sí. Los imaginamos a todos sentados en la típica mesa de colegas y nos dio la risa. Iba a ser la noche más aburrida del año para ellos.

Porque dios los cría y ellos se juntan, y nuestros amigos son del mismo palo que nosotros. Alguno es incluso más antisocial.

Los queremos tal y como son, con sus defectos y sus virtudes, por eso decidimos no invitarlos a la boda y ceñirnos a la familia más directa.

A ellos casi que les hicimos un favor. Y nosotros nos ahorramos el trago de estar todo el rato pendientes de que no les diese por encerrarse en un baño a jugar al Candy Crush hasta que llegase la hora de poder irse sin resultar descortés.

En resumen, en nuestra boda éramos poquitos, la media de edad rozaba la de la jubilación y no hubo sorpresas, bromas ni una juerga nocturna digna de Resacón en Las Vegas 8.

Pero fue un día genial, lo pasamos muy bien y tenemos un recuerdo muy bonito.

Francamente, en nuestro caso, cualquier otra cosa nos hubiera hecho sentir incómodos y fuera de lugar.

Si ni siquiera tuvimos despedida de solteros, cosa que hasta agradecimos.

Mi hermana y su novio, en cambio, por el momento ya han tenido tres.

 

¡Qué perezón!

 

Anónimo.

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