Conocí vuestra página gracias a mi novia que es asidua lectora vuestra. Gracias a ella, lo que en mi caso comenzó siendo solo un espacio gracias al que los dos compartíamos risas y pensamientos sobre vuestras historias simplemente por diversión, acabó convirtiéndose también en un hábito de lectura para mí en solitario.
Y es que siempre he sentido mucho interés por el mundo femenino y me genera mucha curiosidad lo que os contáis entre vosotras y, sobre todo, las impresiones y reflexiones que hacéis al respecto.
Así que hoy, por primera vez y animado por mi chica, me dispongo a participar yo también, haciéndoos llegar mi follodrama personal.
Y no uno cualquiera pues este, que no dejará de ser una mera anécdota entretenida para vosotras, para mí se convirtió en un trauma importante que me costó bastante tiempo superar. Ahí va:
Antes de conocer a la mujer maravillosa con la que estoy ahora y que es el amor de mi vida, mantuve otra relación seria donde se generó esta historia:
Mi ex era buena chica y congeniábamos bastante bien en todos los aspectos. Yo sentía que nos complementábamos y nos entendíamos. Pero había algo que no terminaba de funcionar y ese algo era básico: el sexo.
Desde el principio yo me esforcé de todas las maneras posibles por complacerla en la cama: le preguntaba qué era lo que más le gustaba y me dedicaba en cuerpo y alma a realizar sus peticiones, sin ningún tipo de prisa y recreándome en su placer.
Pero sentía que nada era suficiente: a ella, hiciera lo que hiciera y por más que me interesase en aprender y mejorar, le costaba muchísimo llegar al orgasmo.
Yo no entendía qué ocurría y ella decía no comprender tampoco cuál era el problema. Era un callejón sin salida en el que no importaba cuánto me esforzase. Todo por su parte parecía forzado y yo siempre tenía una sorda intuición de que algo no me terminaba de encajar o algo no me decía…
Y supongo que tardó tanto en contarme lo que pasaba por no herirme, pero al final la mentira tiene las patas muy cortas y todo acaba saliendo a la luz.
Una noche, después de pasarnos horas como era habitual intentando que alcanzase el clímax, no pudo aguantar más y me confesó lo siguiente:
Pensaba que no se corría porque yo no la tenía lo suficientemente grande.
Al ver la cara que se me debió quedar, intentó arreglarlo aclarando que mi tamaño estaba bien, dentro de lo normal, que yo lo hacía todo a las mil maravillas y que el problema no era mío…
Como yo no entendía nada y le pedí que entonces aclarase a qué se refería, terminó de abrirse en canal… y yo sentí que, al hacerlo, me rajaba también a mí en dos:
Un poco avergonzada, me dijo que estaba acostumbrada al pene de su ex, que era bastante enorme, no solo más que el mío sino más que el tamaño medio o «normal».
Aquello me hundió totalmente la autoestima. Aunque simplemente había intentado ser sincera, después se arrepintió bastante de haberlo hecho al descubrir mi reacción herida. Pero el daño ya estaba hecho y ya no había vuelta atrás.
A pesar de todo, al darme cuenta de sus buenas intenciones, intenté tomármelo con calma y deportividad: de acuerdo, no pasaba nada. De acuerdo, había hombres como es lógico con penes más grandes que el mío, eso era un hecho. Vale, eso no era lo verdaderamente importante.
Sin embargo, por mucha madurez con la que intenté gestionarlo, me era imposible desconectar de ese pensamiento y evitar que la comparación me hiciese daño.
Además, su confesión me metía en un callejón sin salida. Su problema era el único para el cual yo no podía buscar ni encontrar una solución.
A partir de entonces, la cosa puede mal en peor: a los conflictos que ya teníamos, se sumó que de pronto yo empecé a tener problemas para mantener la erección.
Los dos sabíamos perfectamente que este problema era psicológico y venía de ahí, ya que nunca antes había sucedido algo así y empezó a ocurrir justo a partir de esa conversación.
Ella se sentía fatal. Intentó arreglarlo de muchas maneras, entre ellas tomando la iniciativa en el sexo y diciéndome cosas bonitas para compensar. Yo intentaba olvidarme de todo, hacer como que nada había pasado.
Pero ninguno de nuestros esfuerzos funcionaba.
Cuando aquello ya se había convertido en una pesadilla para ambos, llegamos a hablar de acudir juntos a un sexólogo o a terapia de pareja.
Pero para cuando tuvimos estas conversaciones, la relación ya estaba tan deteriorada en todos los aspectos y no solo en este, que nos encontrábamos agotados y no tuvimos fuerzas para intentarlo.
La acabé dejando yo. Se había ido mi autoestima, mi ilusión, mi proyección de futuro a su lado, mis ganas por seguir compartiendo el día a día. Estoy seguro de que ella lo agradeció, que sentía y deseaba lo mismo pero no se atrevía a dar el paso.
Y yo aún tardé bastante tiempo en curarme de este complejo. Me acompañó en mis posteriores contactos con otras mujeres y en mi propia valoración como hombre.
Pero acabé superándolo. Sobre todo cuando conocí a Rocío, mi chica, con la que descubrí que efectivamente el tamaño de mi miembro no solo era suficiente sino que la hacía disfrutar lo más grande tan solo con mirarla o tocarle un pelo.
Por cierto: me acabé enterando de que mi ex novia acabó volviendo, tiempo después, con su antiguo ex. Pero yo ya estaba con Rocío, recuperado y completamente seguro de mí mismo, y aquello no me afectó en absoluto: les deseé lo mejor.