El cuerpo de la mujer es bello. Grande, pequeño, con curvas pronunciadas o sutiles. El cuerpo y el rostro femenino han inspirado pasando a convertirse en Arte.  Los museos han mostrado desnudos, retratos, escenas costumbristas en que las que la mujer es la protagonista. Así que las mujeres han llenado los pasillos de pequeñas galerías y grandes museos. La mujer ha estado presente en la Historia del Arte siendo el objeto al que admirar o como la musa en la que el artista ha encontrado la inspiración. Pero se ven pocos nombres femeninos firmando las obras, pocas mujeres se nombran en los libros de texto. La mujer siempre ha quedado relegada a musa, a portadora de belleza.

La  pregunta está en si no han estado porque no han podido o, si las pocas que pudieron, han sido silenciadas por la preponderancia masculina.

Ha habido grandes artistas pero no han sido reconocidas y han sido relegadas a un segundo plano, tratadas de forma marginal en los manuales. Incluso muchas obras realizadas por mujeres fueron atribuidas a hombres ya que si la autoría era de una mujer bajaba el valor de la obra.

Extrapolable a lo que Virginia Woolf decía en su Una habitación propia, hablando de las mujeres y la literatura, las mujeres no han gozado de independencia económica ni personal. Siempre bajo la sombra del hombre  a lo largo de la historia las mujeres no han podido explorar su potencial en el mundo laboral o artístico. Y ante la dificultad económica la mujer ha sido (y es) siempre la más pobre entre los pobres.

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‘Joven pintando’, posible autorretrato de Marie-Denise Villers

Todos estos pensamientos se me agolparon de una vez en la universidad. Nunca olvidaré la clase en la que, por primera vez, escuché hablar de Artemisia Gentileschi y Sofonisba Anguissola. Me cuestioné que a cualquiera que le preguntases por nombres de  pintores te podía nombrar a Picasso, Van Gogh, Velázquez, Pollock, Vermeer… Pero muy, muy poca gente conocía a esas mujeres que marcaron huella en la historia del Arte y a las obras en las que reflejaron su lucha.

Cuando salíamos de esas clases, se nos quedaba algo dolorido por dentro. Tal vez era  la rabia por tratar de entender el sufrimiento por el que esas mujeres pasaron y que quisieron reflejarlo en sus obras. Por comprobar que esa sociedad que tantas trabas les ponía se encargaría de silenciar su trabajo.

Artemisia, cuyo nombre puede ser símbolo de estas mujeres, era hija de un artista seguidor de Caravaggio. Él descubrió su potencial y quiso que su hija se formara. Le enseñó, la instruyó y quiso que continuara con su formación. Pero las academias de Bellas Artes eran exclusivas para hombres así que su padre buscó un profesor privado para ella. Pero ese hombre en el que se confió y  que debía instruirle (Agostino Tassi, pongámosle nombre) la violó. Denunciando los hechos, Artemisia fue sometida a tortura y humillación para comprobar que era cierto lo que contaba. Y así, tras todo esto, Artemisia decidió continuar con su vocación y volcó toda su rabia y dolor en Judith decapitando a Holofernes. Artemisia reinventó esta historia bíblica para hablar de su dolor. Del dolor al que muchas mujeres se han enfrentado. Muchos han visto el rostro de Artemisia en Judith y a Tassi en el de Holofernes, una venganza creada en claroscuro.  Pero el nombre de Artemisia y su obra no se han hecho tan populares como el de sus coetáneos. ¿Por qué? Por el hecho de ser mujer.

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‘Judith decapitando a Holofernes’ de Artemisia Gentileschi

Otra historia fascinante y cruel es la de Camille. Camille Claudel pasó sus últimos años internada en un psiquiátrico con la prohibición de llevar a cabo su pasión: la escultura.  Años atrás fue su maestro, Rodin, el que la había convertido en su modelo, musa y amante. Sombra del maestro, muchos aseguran que ella está tras las obras que le son adjudicadas a él. Y en obras como L’age mur vemos parte del dolor que ella sentía en esa época en la que se vio relegada a ser una mujer desechada.

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Camille Claudel

Fueron  y son Artemisia, Sofonisba, Camille, Helen Frankthaler,  Berthe Morisot, Cassat Mary, Lempicka, Kahlo, Georgia O’Keeffe y  muchas, muchas otras. Muchas mujeres que hicieron historia a pesar de que sus pasos pesaban el doble que el de sus compañeros.

Parecería que hoy está todo solucionado. Pero no es así. Todavía queda mucho camino por recorrer. Empezando por reconocer la labor de muchas mujeres que en el pasado dieron grandes pasos silenciados (de esto nos hablan Las Bistecs en la broma seria que es ‘Historia del Arte’ y su “penes con pincel” y la retahíla de nombres de artistas famosos, todos hombres).  A día de hoy, las obras de mujeres artistas cuestan menos que las de sus compañeros varones, todos los años siguen apareciendo listas de ilustradoras que seguir porque siguen estando más ocultas que los hombres. En diversos medios artísticos las mujeres siguen marginadas a un segundo plano: mundo actoral, cinematográfico, la industria de los videojuegos, etc. A día de hoy queda mucho por hacer y mucho por recordar.

Para terminar, sólo me gustaría comentar lo emotivo que fue encontrarme con una escena en una serie actual que, en una sola frase, resumió miles de pensamientos que miles de mujeres pudieron tener. Fue en una escena que podía pasar desapercibida pero que para mí estaba llena de simbolismo. En esta serie, Vikings, uno de los personajes es una mujer llamada Judith (sí, como la Judith bíblica, como el cuadro de Gentileschi. Desde luego, un nombre no escogido al azar) tiene la oportunidad de, por primera vez en su vida, ser libre, que no se le juzgue por ser mujer. Y, por primera vez, puede elegir qué hacer con esa libertad. Y ella escoge una cosa: poder pintar, dibujar sin la prohibición que tiene por ser mujer.

La imagen destacada es obra de las Guerrilla Girls, un grupo de artistas feministas que surgió a mediados de los años 80 y que llevan desde entonces reivindicando el papel de la mujer en el mundo del arte.