«¿A quién le interesaría la historia de nuestras pequeñas penas y glorias domésticas?» se pregunta Jo March (Saoirse Ronan) en la nueva versión de Greta Gerwig de Mujercitas. La respuesta es evidente si consideramos que la película es una adaptación de la novela escrita por May Alcott hace 150 años y que ha servido como fuente de inspiración a escritoras (y no escritoras) durante generaciones.

Esta versión brillante y contemporánea de Gerwig casa perfectamente con la belleza y la vitalidad de la novela, que está llena de contrastes entre la felicidad y la tristeza y, además, muchos de los temas a los que se hace referencia durante la película resuenan perfectamente en nuestro tiempo, como la ambición de la mujer en el arte, la igualdad salarial e incluso la propiedad intelectual. Sin embargo, de todas las lecciones que se pueden aprender de esta maravilla, me quedo con la que, para mí, es la más importante de todas, y es que Mujercitas nos enseña que no hay una sola forma de ser mujer.

 

“Las mujeres tienen mente, alma, corazón, ambición, talento, además de la belleza. Estoy harta de que la gente crea que las mujeres solo viven por amor” – Jo March.

 

Jo, considerada en numerosas ocasiones la protagonista por excelencia de la historia, es la personificación de una mujer fuerte, descarada y con sueños de grandeza, pero no es la única persona a la que se da foco, ya que la directora consigue describir durante toda la película las personalidades y decisiones del resto de las hermanas March. Beth es una pianista increíble que ayuda a los demás incluso cuando al resto de personas les da igual. Amy es una artista bastante habilidosa llena de asertividad, pasión e ingenio. A Meg le encanta ser actriz y a veces sueña con una vida de riquezas e incluso Marmee, la madre, tiene una personalidad fuerte que la hace no solo preocuparse por la política de su país, sino que también confiesa durante la película que lucha para controlar su ira cada día para poder transformarla en paciencia. 

Por tanto, se puede afirmar que ninguna de las mujeres March puede considerarse como un personaje aburrido e incluso los hombres que las rodean (Laurie, Friedrich y John) admiran su alegría, vitalidad y hermandad y anhelan formar parte de su círculo.

La película también se centra en los problemas de las mujeres de la época: varios personajes hacen referencia a la incapacidad de las mujeres de ganarse la vida por sí solas (a menos que fueran las hermanas Brönte) sin un matrimonio o una riqueza heredada y también al hecho de que el matrimonio haría que ellas mismas, sus riquezas y sus hijos fueran propiedad de su marido.

 

«Como mujer no puedo ganar dinero para sostener a mi familia, así que no me diga que el matrimonio no es un acuerdo económico, porque sí lo es». – Amy March.

 

Sin embargo, Mujercitas se encarga de mostrar cómo las hermanas March luchan contra las expectativas de la sociedad y el concepto de matrimonio. Aunque ninguna de ellas acaba teniendo una vida demasiado alejada de la “norma”, todas luchas por no sucumbir al destino inevitable de las mujeres y, por tanto, cada una elige su propio camino de forma consciente, independiente y libre. De hecho, hay una escena muy importante en la que Jo le pide a Meg que no se case y Meg le dice que ella quiere casarse con el hombre que ama y vivir una vida con él. Para ella, su matrimonio no es una decisión mundana de la vida, sino el cumplimiento de un sueño que no es menor ni menos importante que el sueño poco convencional de Jo de ser escritora.

Por otra parte, aunque al principio Jo ve el amor como un signo de debilidad, se acaba dando cuenta de que no tiene porqué ser así. Jo acaba encontrando un hombre tan directo como lo es ella, se declara a su propio estilo y embarca a su lado la aventura de construir y gestionar una escuela junto a él. Y la escena final nos muestra que Jo no ha dejado de ser ella misma, sino que sigue siendo una escritora apasionada que lucha por conseguir lo que quiere. 

Mujercitas nos enseña que cada una de las hermanas March es su propia persona y toma sus propias decisiones. Ninguna se acobarda ante los desafíos sociales que experimentan y ninguna se casa tan solo por el hecho de que es lo que todo el mundo haga, sino que cada una de ellas se construye su propia vida e inspira a las demás. Y esto, en mi opinión, es la gran magia de esta gran historia: la demostración de que nosotras somos las que debemos elegir nuestro camino, ya sea convencional o excéntrico, de que ninguna valemos menos que la otra por el simple hecho de preferir una vida más tranquila (o al revés), de que no nos deberíamos avergonzar de nuestra personalidad, por muy fuerte que sea, y por último, de que tratandonos como hermanas y cooperando las unas con las otras con respeto, conseguiremos, al fin, ser quienes queramos ser sin miedo a las presiones sociales. Y es que ya está bien de qué nos digan qué significa ser mujer. Ahora nos toca a cada una construirnos la vida que cada una quiera, con sus luces, sombras, miedos, alegrías, decepciones e incertidumbre. Pero nuestra, y de nadie más.