Sí, así tal cual lo leéis: mi querido cirujano me dijo que dejara de comer.
Esto pasó hace tiempo, pero me he animado a contarlo ahora porque en el momento yo era más pequeña y lo pasé tan mal que simplemente hice de tripas corazón y decidí tragarme las lágrimas y hacer como que nada había pasado, así que aquí empieza la historia:
Resulta que soy una chica con SOP, y una de las cosas que eso conlleva es el sobrepeso y lo difícil que resulta quitarse los kilos de más. Pero resulta que hubo una época de mi vida en la que bajé tantísimo de peso gracias a un tratamiento hormonal y a una dieta que básicamente me mataba de hambre, en donde prácticamente sólo podía comer pollo y yogur.
Pero, ¿qué pasa? Que cuando estaba delgada y pesaba apenas cincuenta y pocos kilos, resulta que me descubren una piedra en la vesícula (aunque en ese momento no estaba diagnosticado, porque para hacerme una ecografía no les bastó que fuera cada noche a urgencias por el dolor, me hicieron esperar un año entero).
Mi médico me dijo que podía ser por las pastillas que estaba tomando, así que las dejé y automáticamente volví a engordar (y por suerte fue dejarlas y ya casi no tenía dolor).
Después de casi un año esperando para la dichosa ecografía, espero un tiempo más para que me den cita con el cirujano para extirpar la vesícula. Yo tenía miedo, la verdad, porque nunca me he operado, y encima en ese momento era menor de edad, así que estaba cagaita perdía… Y el cirujano que me atendió, lejos de intentar tranquilizarme, hizo que me echara a llorar.
Fue entrar por la puerta y y el señor (que tendría unos cuarenta y tantos y tenía un buen físico) ya me estaba poniendo mala cara, llegando a resoplar. Ni siquiera me dice que tome asiento, sino lo hace la enfermera que lo acompaña.
De mala gana me pide la ecografía, se la entrego y ve la cuestión en sí, pero no mira nada más. Ni me pregunta por mi estilo de vida, ni si tengo alguna condición o enfermedad, NADA. Simplemente pone mala cara y me mira tan enfadado como si yo hubiera hecho algo horrible.
Y ahí empieza el sermón que nos dejó blancas a mi madre, a la enfermera y a mí.
«Es que no puede ser, ¿tú te das cuenta de la cantidad de grasa que tienes en el cuerpo? ¿Tú te has dado cuenta de el peso que tienes? Es que tienes que dejar de comer, porque luego somos nosotros los médicos los que tenemos que solucionar vuestros problemas porque vosotros no os cuidáis.»
Yo me quedé sin saber qué decir, porque si las palabras ya eran duras de por sí imaginaos que os las digan gritando. Mi madre saltó en seguida a defenderme: «Usted no la conoce de nada, ella come como un pajarito y hace ejercicio «.
Pero el señor siguió. Erre que erre, que la culpa era mía y de mi madre por dejar que llegue a pesar ochenta kilos, que si no bajaba de peso que me llevase a un endocrino, porque estar así de gorda no era normal.
Luego intentó adaptar un tono «paternal», diciéndome que lo decía por mi bien porque luego pasa lo que pasa y acabas con obesidad mórbida empotrada en una cama. Me hizo firmar el papel de consentimiento para realizarme la operación y me fui cagando leches.
En el momento no fui capaz de decir nada, y no sabéis cuánto me arrepiento porque llega a ser ahora y lo dejo bien puesto en su sitio. Pero en su momento era pequeña, insegura, y que me dijera todo eso de la forma en la que me dijo me dejó tan tocada que los siguientes días me obligaba a comer, porque una parte de mí decía que el cirujano tenía razón. Luego se echan las manos a la cabeza sin saber por qué hay tantas personas con TCA…
Lo bueno es que pedimos un cambio de cirujano y nunca más volvió a pasar algo así. Pero de verdad que es un recuerdo que por desgracia no puedo borrar, y es que yo entiendo que los médicos te aconsejen sobre tu salud… Pero no así, sin saber, sin preguntar, sin siquiera mirar el historial clínico, sin tacto y con tanta gordofobia.