El persianista que se encaprichó con mi vibrador

Antes que nada, me veo en la obligación de aclarar que no se trata de un post patrocinado ni nada, simplemente la historia surgió así y que, el hecho de que el protagonista de la historia fuera un vibrador específico no implica que lo esté publicitando.

Resulta que yo tengo un Oli, que para quien no lo conozca es un vibrador con una antenita tipo Los Teletubbies que vibra y le da a tu cuerpo alegría Macarena. Hablo de cuerpo porque no está pensando para una zona en concreto, o sea, lo normal, entiendo, es que te lo menees por el clítoris si tienes vulva, pero te lo puedes pasar por cualquier zona erógena que te dé la gana sin importar qué genitales tengas. 

Este cacharro que me lo regaló mi novio por Navidad y la verdad es que desde que llegó a mi vida ya no vivo llorando, vivo cantando, vivo la mar de feliz y me tiene el chichi a punto de nieve. Tanto es así que, algunas noches, lo dejo cargando en la mesilla de noche para que cuando vuelva esté a tope de power y no me deje tirada a mitad de la faena. 

Eso mismo fue lo que hice el día que vino el persianista del seguro a arreglarme la persiana de mi dormitorio. Hacía varios días que se había roto de cuajo que aquello parecía la cueva de Batman. Me levantaba por las mañanas y como no soporto la luz eléctrica recién despierta, me iba a tientas, guiándome con eco-localizador cual murcielaguillo, (o lo que es lo mismo) palpando todo a mi paso. Esto se traduce en que yo dejaba mi ropa y mis cosas preparadas de la noche anterior y ya no volvía más al dormitorio salvo para abrir a ventilar. Así que me fui y mi Oli se quedó allí enchufado, presidiendo la mesita de noche.

El persianista llegó por la tarde, unos diez minutos después de que yo llegara, así que no me dio tiempo ni de arreglar el dormitorio (¡qué desastre!). El hombre llegó, lo llevé hasta el dormitorio y le expliqué un poco lo que había pasado. Al encender la luz, toda mi preocupación era que encontrara la cama deshecha y todo desaliñado, que para una persona como yo eso es mal, eso es caca. El hombre se puso a trabajar y yo, que no quería incordiarle, me fui a adelantar de otras cosas mientras.

Cuando ya estaba terminando, el señor me llama: “¡Oiga, oiga! ¿Puede venir un momento?” Acudí rauda y veloz a su llamada. Veo que se está bajando la escalera y que parece tener todo listo, así que di por hecho que querría explicarme algo acerca de la persiana. PERO NO. Lo último que me esperaba era que me saltara:

“Me da un poco de apuro preguntarle, pero ¿eso es un juguete sexual de esos?” 

ME MUERO. De repente, un hombre que prácticamente podría ser mi padre me estaba preguntando por el Oli, que yo ya ni me acordaba que seguía en la mesita de noche. Lo primero que temí fue que fuera un tío cerdo y fuera a hacer comentarios ofensivos o incluso que llegara a insinuarse si pensaba que eso estaba ahí, VISIBLE, a modo de provocación. Pero no, afortunadamente, me tocó el persianista aliado:

“Bueno, quizá sea una pregunta muy personal, disculpe. Es que me ha llamado la atención la forma que tiene y mi mujer el otro día me insinuó que quería uno… pero yo de eso no entiendo y no sé a quién preguntarle, me da vergüenza ir a un sex shop…” El señor me empezaba a dar penica, aunque seguía siendo superincómodo todo. 

Respiré hondo. No todos los días te ves en la tesitura de ayudar a una persona afrontar tabúes sexuales. Sin entrar en intimidades mías, le contesté:

“Sí, es un vibrador. No es el típico porque esto se enciende (señalo el botón) y activa esto (aprieto el botón y se ve como vibra la antenita).” El hombre flipaba en colores. Le expliqué brevemente lo de que te lo puedes pasar por donde quieras, que tenía varias velocidades e intensidades, vamos, que con la tontería me marqué un speech de tuppersex total. También le insistí en la importancia de la higiene, que una no se puede ir refregando por ahí cualquier cosa si no tiene un mínimo de cuidado, porque además hizo el amago de cogerlo y me afloró mi instinto de institutriz: “No, hombre, no. NO”. Tocarlo ya era pasarse.

Fue todo muy surrealista, pero al final el señor quedó bastante convencido, sobre todo porque le dije que si le daba vergüenza comprarlo en persona había muchos sex shop online. Una parte de mí se siente satisfecha por haber ayudado a esa pareja a salir de la monotonía sexual. La otra parte aún sigue asimilando lo raro que fue todo. 

La persiana quedó de lujo, por cierto. 

Ele Mandarina