Yo en mi época fui muy fiestera, pero reconozco que a partir de los 30 la cosa fue en picado y ahora me cuesta no apalancarme con mi manta y Netflix los fines de semana. Por eso cuando salgo, lo doy todo, y aprovecho para intentar ligar un poco y que se no se me regenere el himen entre salida y salida.

Lo que os voy a contar hoy fue el polvo más creepy de mi vida. Ahora lo recuerdo con risas, pero en su momento lo pasé mal. Real.

Pues nada, estaba yo en una de esas escasas noches de fiesta con mis amigas cuando entablé conversación con un morenazo en la barra mientras pedía una copa. Un señor de casi dos metros, con su barriga cervecera y su pelo en pecho. No digo vikingazo porque de pelo no iba sobrado, pero vaya, ya os imagináis al gordibueno en cuestión.

Charlamos un rato, era un tío majete con una voz muy sexy, y aunque un poco ‘plain’ (rollo ‘mi peli favorita es Amelie), lo suficientemente atractivo como no apartarme cuando me metió boca. Mis amigas me abandonaron a la buena de Dios con el señor, y claro, no me quedo otra que irme con él a su casa a finalizar la jugada.

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Vivía solo en un piso muy chulo. Me invitó a una copa y la cosa empezó a ponerse interesante. Hasta entonces todo parecía normal y tenía bastantes ganas de echarle un polvo. Entonces empezó la broma.

– Vamos, quítate el sujetador que quiero verte las tetitas.

Me sonó raro, pero no quise darle importancia. Obedecí órdenes y traté de mantener la calma al ver cómo se abalanzaba sobre mis tetas y empezaba a chupar mi pezón como si estuviera mamando. Cuando me soltó un momento para respirar, va y me suelta:

– Qué ricas están estas tetitas, mami.

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Yo ya no sabía donde meterme. Tenía a un señor de dos metros amorrado a mis tetas que actuaba como un bebé de 100kg y que pretendía que yo hiciera de…¿su mami? Planteé la opción de huir, pero decidí echarle narices y tratar de cambiar un poco el ambiente. Empecé a chuparle el rabo con la intención de caldear el ambiente y dejarnos de mamarrachadas, pero no solo no le gustó, sino que me dijo.

No, no, deja al nene. El nene quiere lamer a mami.

Me abrió de patas y comenzó a lamerme el asunto y a chuparme el clítoris como si de un biberón se tratase. Creo que no os tengo que explicar la terrible sensación que tuve en ese momento. No sabía cómo acabar aquello sin herir sus sentimientos, así que fingí como una perra.

– Oh, sí, sí, que bien lo haces, me corro, me corrooooooooo.

Fingí un orgasmo para sacármelo de encima y él pareció quedarse satisfecho. Parecía un auténtico bebote feliz.

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Me pidió que me quedase a dormir, pero le dije que tenía que sacar al perro y no había nadie más en casa. Gracias a Dios no nos dimos los teléfonos y no he vuelto a verle. Eso sí, la imagen mental de aquel bebé gigante que me comió el coño, no me la quitaré en la vida.

Mamasita

 

 

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