Vacaciones en las rías baixas. Verano. Marisco. Y encima las fiestas del pueblo. ¿Alguien da más?

 

Esa mañana fui a depilarme las ingles porque como dice mi amiga Paqui «nunca se sabe dónde pueden acabar tus bragas pero al menos que el monte de Venus tenga buena cara». Y la verdad que esos días estaba sin ganas de nada. Había roto con mi ex unos meses atrás y lo único que tenía agarrado a mi pecho era una tos del carajo. Y mis amigas se habían propuesto arreglar eso con un poco de chapa y pintura, depilación láser, sesión de pelu, cremitas y mucho alcohol.

 

Empezamos a media tarde de cervezas y a la noche llevábamos un pedal con el Alvariño que o lo quemábamos bailando o iba a acabar tirada en cualquier cuneta en breves. Así que nos fuimos de pubs a la zona del puerto y allí estaba él, en medio de una cuadrilla de marineros, mirándome con cara de guepardo. Y qué mirada. Me había dejado preñada hasta los ojos.

Busqué mi reflejo en un espejo del bar y no tenía muy buena cara, pero las tetas súper redonditas. Era mi momento. Era vodafone. Mi grupo y su grupo había notado el ligoteo y se habían ido acercando poco a poco. Él me miraba y de fondo sonaba Fuego de Eleni Foureira. Nada podía salir mal.

El muchacho se arrancó, me cogió de la mano y empezó a darme vueltas como si fuera una peonza. Se llamaba Marcos, tenía un acentazo gallego que me ponía muy bruta y era pescador. Y yo no podía esperar a que Marcos buceara en mis bajos así que después de muchos bailes y un par de cubatas nos fuimos a su piso.

Reconozco que al entrar me dio un poco de miedo escénico porque Marcos además de pescador era cazador y tenía escopetas colgadas de la pared como quien cuelga un cuadro de Marilyn Monroe, así que pensé que lo mismo me estaba metiendo en el Silencio de los Corderos y acababa de noticia al día siguiente en La Voz de Galicia. La paranoia y el alcohol eran una mala mezcla.

Marcos además de macizo era un puto desordenado. Tenía platos sucios de al menos 4 días por la cocina, cajas de pizza por el salón y ropa tirada POR TODOS LADOS (en el baño, por el suelo, por la cama o encima del microondas). Mi vena Cenicienta nazi me decía que hiciera algo con ese desorden pero mi vena putón verbenero quería hacer ojos ciegos, meterlo todo en una esquina y fornicar como animales salvajes. Y opté por lo segundo.

 

Nos fuimos a su dormitorio donde parecía que había pasado un carro de combate blindado. Había probablemente más ropa encima de la cama que en el armario. En las paredes varias cañas de pescar y figuritas de peces colgaban a modo decorativo. Tenía que hablarle seriamente de Zara Home o IKEA a este muchacho después del polvo porque se había quedado en la decoración del siglo pasado.

Nos echamos encima de aquel montón de ropa y empezamos a revolvernos como truchas en agua dulce. Primero de lado, luego encima, voltereta lateral, que éramos como Oliver y Benji echando una pachanga en la cama. Que venga a decirme a mí Raffaella Carrá que para hacer bien el amor hay que venir al sur!!! Ésa no sabía lo que era comerse un Rodaballo.

Y entonces sentí una punzada en el culo como si me hubieran apuñalado que chillé como si estuviera de parto. Y no fue su rabo lo que me provocó aquel dolor. Comencé a girarme y Marcos abrió la boca tapándosela con la mano a la vez que decía.

 

– A ver, a ver… Tienes un anzuelo mosca, ¿vale? No te preocupes

– ¿¿¿¿¿¿What??????

 

Un anzuelo. Un puto anzuelo de una caña de pescar que se había caído de la pared y se había perdido entre la ropa de la cama para acabar en mi nalga izquierda. Marcos intentaba tranquilizarme, a lo que cada palabra yo le daba una ostia y le gritaba «¡¡¡¡¡¡¡¡Quítamelooooooo!!!!!!!!!»

Así que acabé con el culo en pompa mordiendo la almohada mientras Marcos me sacaba el anzuelo que por suerte no estaba muy profundo. De ahí acabamos en el hospital para hacerme curas y ponerme una antitetánica. Y aunque os cueste creerlo, volví a repetir con Marcos, pero le obligué a limpiar la casa entera y guardar todo aquello que supusiera un arma blanca lejos de mi cuerpo. A veces puede suponer un reto o acabar con un punto en el culo, pero Rafaella Carrá no sabía lo que se perdía en el Norte.

 

Autora: La Julieta del Tinder

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