Mi novio y yo llevábamos unos meses más calmaditos de lo normal. Intentaba no comparar con nuestros años universitarios, donde no había un solo día que nos fuéramos a dormir sin haberle dado varias vueltas al colchón. Estábamos bastante estresados con el trabajo, mudanzas y demás problemas del primer mundo, pero mi cabeza empezaba a darle vueltas a eso de la rutina. ¿Nos estábamos acomodando? ¿Había llegado ese momento de la vida dónde nos apetecía más Netflix and chill que un polvo de esos de morirse?

Lo hablé con una amiga, que por cierto, es muy fan de Dory, de Buscando a Nemo, y me imitó una frase de la película: 

  • Si la vida te derrota, ¿qué hay que hacer? chingaremos, chingaremos en el mar, el mar, el mar… ¿qué hay que hacer? chingar, chingar…

En la película original, no dice chingar, sino nadar (como supongo que ya os imagináis), pero lo importante es que me recordó lo que yo ya sabía pero necesitaba que me dijeran: tenía que espabilar, y si no surgía tan naturalmente como antes, poco me costaba crear un ambiente romántico y avivar la llama.

Yo, toda empoderada y con ganas de pasar una noche fogosa, fui a comprar lencería de encaje, fresas, nata y champán. Llegué a casa y mientras mi novio jugaba a fútbol con sus amigos, decoré nuestra habitación, puse música ambiental, velas y un palo de incienso de olor excitante (o, al menos, eso me dijo la dependienta). Imaginad su cara cuando lo vio todo. Me devoró la boca cachondísimo y empezamos al lío. Hasta aquí todo bien.

A partir de ahora, todo lo que os voy a contar puede que esté un poco borroso a causa de una nube de cachondismo, angustia y vergüenza. No sé en qué momento de la noche, a mi novio se le ocurrió la maravillosa idea de que hiciéramos fresas con nata casera. Como comprenderéis, esto es una metáfora sexual y lo que quería realmente era meterme fresas por el chichi y luego correrse dentro. Pensaréis que me reí en su cara o que pronto descartamos la idea, pero no. En esos momentos, como a muchas nos pasa cuando estamos cachondas, me pareció divertido y una idea maravillosa. ¿Qué podía salir mal? Dejadme que os lo cuente.

Entre su corrida y el calor interno de mi chichi, las fresas empezaron a ablandarse, así que no había quien las sacara de ahí. Digamos también que había una cantidad indefinida de fresas, las suficientes para preocuparme de que se quedaran ahí toda la noche. Después de varios intentos frustrados, me puse tan nerviosa que todo se cerró aún más, así que con toda la vergüenza del mundo, decidimos ir a urgencias.

Cuál fue mi sorpresa al entrar en consulta y verme a mi vecina la del cuarto, que estaba de turno de noche. La miré con ojos de cachorrillo y le dije: “por favor, esto que no salga en las reuniones de la comunidad”. Intentó sacarme las fresas con pinzas mientras hacía todo lo que podía, la pobre, para no descojonarse en mi cara. Pero le pasaba lo mismo que a nosotros, así que al final decidieron ponerme una solución salina y las fresas fueron saliendo de mi chichi cual sorbete de fresa.

Y así fue como acabé en la sala de urgencias al lado de mi vecina, la enfermera, mientras veíamos como mi chichi se había convertido en una máquina profesional de heladería.

 

Anónimo

Envía tus follodramas a [email protected]