Me pidió que me disfrazara de Sailor Moon en la cama

Hace años tuve un rollete con un chico otaku, ya sabéis, aficionado al anime y la cultura japonesa en general. Lo conocí a través de un amigo común, coincidimos unas cuantas veces y la verdad es que me cayó genial. Era de estas personas carismáticas con la que, para echar el rato, te lo pasas muy bien, pero que yo sabía que tampoco iba a surgir nada muy profundo. 

Un día nos enrollamos y todo guay. Nos dimos los números de teléfono y empezamos a tontear por WhatsApp con un poco de más frecuencia, pero vaya, aquello no salía de ahí: tonteo, morreo, guarreo… y pa casa. ¿Se podía decir que éramos follamigos? Se podía decir, porque a ver, teníamos buen rollo, pero tampoco lo consideraría un amigo. Para mí un amigo, entre otras muchas cosas, es alguien con quien tienes intereses y aficiones comunes, más allá de llevarte bien o de reírte viendo vídeos de YouTube (que era, básicamente, a lo que nos dedicábamos cuando no estábamos en la cama). En cambio, nosotros no teníamos demasiados intereses afines. Igual ahora eso de la afinidad lo vería desde otro punto de vista, pero con veintipocos… me parecía importante y a mí el anime, que era su mayor pasión en esta vida, me había dejado de interesar en la adolescencia. 

Una tarde, en su casa, me sacó el tema, supongo que porque yo le empezaba a gustar de verdad y quería saber más de mí. Le fui sincera y le dije que no me interesaba mucho, que de pequeña había visto algunas series que echaban en televisión, por ejemplo, Sailor Moon, que me encantaba, pero que más allá de aquella nostalgia infantil, no me suscitaba nada. Entonces, él también quiso sincerarse, supongo, y me dijo con voz un tanto misteriosa: “Acompáñame. Quiero enseñarte algo.” 

Mientras recorríamos el pasillo en dirección a su cuarto me entró un escalofrío. Aquello había sonado un poco Cincuentas Sombras de Grey y yo, la verdad, es que no sabía qué me iba a enseñar: ¿Dildos en forma de Pikachu? ¿Plugs anales de Sakura Cazadora de Cartas? ¿Látigos… cepa? (este último es un chiste muy malo, lo sé). 

Abrió un armario empotrado y lo que me encontré fue con una estantería repleta de pelucas, pero como 15 o así, y una gran cantidad de accesorios y complementos, algunos fabricados por él mismo. Debajo de esa estantería tenía colgados un montón de disfraces, algunos me sonaban y otros no, pero, en definitiva, todos del mundo del anime y el manga.

“¿Haces cosplay?” Le pregunté. “Sí, voy a todos los salones del manga que puedo.” Y claro, yo veía al chico fascinado explicándome todo y yo lo escuchaba atenta y le sonreía, pero cuanto más me hablaba de aquello más pereza me daba… Lo cierto es que cogió carrerilla y bueno, después de un rato hablándome de lo mismo, desconecté porque soy humana. ¿Estuvo bien? No, pero ¿quién no lo hace alguna vez? 

De pronto lo veo que está cada vez más sonriente y yo asintiendo por cortesía hasta que retomo el contacto con el planeta Tierra tras la pregunta: “¿Te apetece?” Yo pensé que hablaba de follar basándome en su mirada picarona, su caída de ojos característica de cuando hablaba de sexo, que parecía un niño tímido y le dije que sí, que claro. Como su respuesta fue comerme los morros lo traduje como una confirmación y no le di mayor importancia.

El fin de semana siguiente volvimos a quedar en su casa. Me recibió muy cariñoso y me lo tomé como que estaba de buen humor o muy cachondo o ambas cosas. Cuando llegamos a su cuarto me dice: “Tápate los ojos.” Le hice caso un poco acojonada de que me hubiera montado una escenita romántica. Cuando los abrí me encontré otra cosa: casi que prefería las velas y el champán. Encima de su cama había un cosplay de Sailor Moon al que no le faltaba ni un perejil, peluca incluida con los dos moños y todo. Lo miré interrogante y me dijo: “Anda, pruébatelo.” Le dije: “¿Y esto?” Me miró sorprendido: “¿No te acuerdas?” Entonces me vino un flashback de la conversación en la que puse el automático y temí que me hubiera comprometido a vestirme así para un salón del cómic y empecé a sudar muchísimo y me entraron ganas de mear de los nervios y no sabía dónde meterme. “¿Para mí?” “Sí, claro, lo que acordamos para hoy.” 

Yo intentaba recuperar sin éxito qué coño me había dicho y me maldecía por haber puesto el automático. ¿Nos íbamos a alguna fiesta? ¿Se celebraba algún festival? Ay mamá, dónde me estaría metiendo… Le tenía que decir la verdad aunque eso supusiera cerrar el grifo de los polvos. 

“Lo siento mucho, pero el otro día me despisté y cuando me dijiste si me apetecía pensé que hablabas de montárnoslo en ese momento y… lo siento, no te presté suficiente atención.” Para mi sorpresa el tipo me soltó de lo más natural: “Pues nada, que yo te dije de echar un polvo disfrazada de Sailor Moon y me dijiste que sí, que te apetecía, pero que si no pues no pasa nada.” El chaval me dio pena. Se había dejado un dinero en el traje porque supuestamente me hacía ilusión, ya que era el único anime que me gustaba y lo que realmente me daba vergüenza de aquello era que me viera la gente… 

“Sal de la habitación, ahora te aviso.” El chico sonrió como un niño con un helado.

Si me lo cuentan no me lo creo. Me sentí superpoderosa cabalgándolo con la minifalda aquella y toda la parafernalia. Después de todo, me sentía sexy y acabé disfrutándolo. Al cabo de un tiempo dejamos de quedar, pero sin malos rollos y el disfraz me lo regaló. No descarto ponérmelo otra vez. 

 

Ele Mandarina