A veces la realidad supera a la ficción.

En las series hay personajes, pero en la vida real, más.

Hasta hace poco estuve de roneo con un chico monísimo. Alto, con gafas y uno de esos bigotitos tan monos que se han puesto de moda entre el sexo masculino.

Quedamos un par de veces para tomar algo y se notaba que ambos queríamos más.

La tarde que quedamos para ir ya al grano, la pasamos primero paseando un rato antes de ir a su casa. Nunca me había invitado a subir, pero supongo que era porque no le parecía apropiado.

Yo me lo hubiera tirado el primer día porque soy así de fácil (bromi), pero él me dio a entender que quería ir despacio.

En el paseo nos encontramos a unas amigas mías y decidimos tomar algo con ellas. Él estaba super hablador, haciendo chistes y de todo. Me tenía embelesada.

Se levantó un momento para ir al baño y una de mis amigas me dijo: Tía, ¿estás saliendo con Ned Flanders?

Me quedé petrificada porque no encontraba ningún parecido aparente, pero ese comentario ya me dejó rallada. Ella no dio ninguna explicación de por qué lo creía así.

Un rato más tarde, estábamos en su casa. Al entrar, me sorprendió ver esa decoración tan vintage con santicos por todas partes, pero no le di importancia.

Tenía muchas fotos de una chica, pero tampoco me paré a pensar quién era. Además, no hacía ni un mes que nos conocíamos y todos tenemos un pasado.

Comenzamos al lío. Me besaba y acariciaba con mucha pasión, cosa que no me esperaba porque era bastante tierno. A mí ya se me había borrado de la mente lo que había dicho mi amiga, pero de repente me soltó: “Te lo voy a comer todo todito”

¡Boom! Mi cabeza explotó. Desde ese momento, ya no pude dejarme llevar y presté mucha atención a lo que decía.

“Ese chochito es todo para mí”. “Me flipa tu cinturita”. “Estaba deseando echarte un polvito”

¡No podía haber tanta casualidad! Llegué a preguntarle si lo estaba haciendo a posta, pero no, resultó ser “su ladito más salvaje”.

Admito que igual que en los Simpson, mi queridito ligue tenía un pollón de aquí a Lima y está bueno de verdad, pero escucharle decir esas cositas daba grimita.

El caso es que yo a veces hablo con diminutivos, pero lo suyo no tenía nombre.

Tras el revolconcito me dijo super tierno:  “Hay que repetirlo prontito, amorcito”

¡Salí por patas!

A día de hoy, me deja varias llamaditas cada día, pero creo que no estoy preparada para viajar a Sprinfield sin salir de Madrid.

 

 

Anónimo